El diablo

La nueva normalidad sigue sin serlo. Junto al miedo al futuro que crece en muchos hogares lo que ha rebrotado con fuerza son el disparate y la estulticia. Asombra la crónica de desatinos de «supuestos» referentes sociales. Abrió el fuego el exministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, haciendo pública su conversación, en 2015, con Benedicto XVI. Dice que el papa le advirtió del grave peligro que corría España porque el diablo «ataca más a los mejores». La receta contra Belcebú, según el ministro, se basa en un medicamento compuesto por cuatro principios activos «la humildad, la oración, el sufrimiento y la devoción a la santísima Virgen». De ese modo, «el diablo no destruirá España».

Al tanto de igual peligro, aunque no citó la fuente informadora, está el arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, pues ya confirmó, en la misa del Corpus Christi, que «el diablo existe en plena pandemia» entre los investigadores de vacunas «fabricadas a base de células de fetos abortados». Abraza Cañizares un bulo que corre por las redes sociales y que sirve a sus teorías sobre los infiernos que nos alejan del más allá, de ese Cielo lejano donde, a buen seguro, no hay ni virus ni pandemias como en esta Tierra donde la miseria es la mayor de las epidemias. A renglón seguido, José Luis Mendoza, de la Universidad Católica San Antonio de Murcia abundó en la teoría desvelando una conspiración entre el fundador de Microsoft Bill Gates y el magnate George Soros para implantar, junto con las vacunas, un «chis» para controlar el mundo. Intuyo que no hay agente 007 ni James Bond alguno capaz de frenar a tanto aliado del diablo para destruir España y la humanidad. Se unen a esta teoría misteriosa los cantantes Miguel Bosé y Enrique Bunbury. Y es que algunos o envejecen fatal o han perdido el oremus.

Pronto nos recetarán un exorcismo. Yo ante tanto disparate me encomiendo a los sanitarios y científicos del mundo y que sea lo que dios quiera.