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Elon Musk acaba de adquirir Twitter, una de las plataformas más influyentes del mundo. Ha pagado un altísimo precio y hasta el momento solo ha desvelado un par de cartas retóricas del objetivo real de su apuesta: devolver la libertad de expresión a Twitter y ... convertirla en la plaza del pueblo global sin fines crematísticos. Pero detrás de esos mofletes de pierrot y la sonrisa de joker funciona un mente visionaria y audaz, pero también imprevisible. Sus empresas son líderes en los sectores de la movilidad, el espacio, la inteligencia artificial y la energía, lo que le convierte en un actor capaz de condicionar gobiernos, desafiar a los mercados y abrir nuevas fronteras económicas y comunitarias. Políticamente parece un tanto diletante como cualquier adinerado empresario que se precie y se ha descrito a sí mismo como: medio demócrata y medio republicano. Sus territorios preferidos de intervención son, Internet, las energías renovables y el espacio.
Y su visión del mundo, a medio plazo, pasa por la automatización-robotización del trabajo, el desarrollo sin límites de la inteligencia artificial y una especie de renta básica planetaria para los millones de trabajadores que se queden sin empleo. Mientras medios y opinión estén preocupados por la gestión que propone el nuevo dueño de Twitter para la plataforma, las cuentas suspendidas que recupera o no, como la de Donald Trump, o si permite contenidos de odio y desinformación bajo la bandera de la libertad, Elon Musk, estará diseñando los instrumentos para influir en la opinión dominante a nivel global. La cuestión es: ¿qué visión del mundo, de la economía, de la política, del cambio climático quiere imponer con su poderosa palanca de poder que entrará como el cuchillo en mantequilla en las mentes y en la calle? La información es poder y si atendemos al primer objetivo del empresario que es lograr mil millones de personas adictas al pajarito azul en lugar de las 230 actuales, no hay duda de que el poder se está desplazando de manos y los gobiernos lo padecerán.
Hasta ahora y cada vez con más intensidad los gestores de Twitter habian intensificado su propia «purga social» cancelando cuentas de contenido u orientación ideológica que a su juicio estaba convirtiendo la plataforma en un estercolero de opiniones tóxicas. La era Musk también realizará su propia purga social pero combatirá, más que opiniones políticas, relatos que choquen con los intereses empresariales de los nuevos propietarios. A saber. El dueño de Tesla, el coche eléctrico y las renovables. Nada de negar el cambio climático. Al Waled bin Talal, millonario saudí y el fondo soberano catarí, impunidad para las dictaduras del Golfo. Y como guinda del pastel, Binance, el gigante de las criptomonedas. ¿Libertad de expresión o propaganda transaccional? Atento
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