El destino del emérito
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Si bien don Juan Carlos no está obligado a comunicar dónde fijará su residencia, el secretismo sólo contribuye a abrir otro interroganteEl comunicado de Zarzuela del lunes, que recogía una carta del rey emérito a su hijo en la que le informaba de su decisión de trasladarse fuera de España, respondía a la evidente necesidad de que don Juan Carlos dejara de residir en un alojamiento ... perteneciente a Patrimonio Nacional y abría al menos dos interrogantes: el primero, el referente a cuál era el destino elegido por el anterior jefe de Estado, y el segundo, el relativo a la respuesta que pensaba dar don Juan Carlos a los requerimientos judiciales que pudiera recibir, dado que la Fiscalía del Tribunal Supremo mantiene abiertas investigaciones sobre cuentas en Suiza y el supuesto cobro de comisiones por ciertas intermediaciones. La segunda cuestión quedó aclarada poco después por su abogado personal, Javier Sánchez-Junco, quien emitió una nota para puntualizar que su cliente le había instado a comunicar a la opinión pública que «permanece en todo caso a disposición del ministerio fiscal para cualquier trámite o actuación que se considere oportuna». Aclarado tal extremo, es evidente que el rey emérito, como ciudadano que no tiene abierta causa alguna y que disfruta plenamente de la presunción de inocencia, puede viajar sin dar más explicaciones. Pero este asunto, el paradero de don Juan Carlos, continúa sin aclararse. Pedro Sánchez manifestó el pasado martes que no dispone de tal información. Y ni Zarzuela ni Moncloa han querido pronunciarse al respecto. Distintas fuentes afirman que se hallaría en la República Dominicana o en Portugal. El rey emérito no está obligado a desvelar dónde se encuentra, pero si lo que se pretendía era que el esclarecimiento de los escándalos que provocaron su salida de España se hiciera con la máxima naturalidad y con la mayor discreción, no se llega a entender que se mantenga en secreto dónde fijará su lugar de residencia.
Una gran parte de la ciudadanía de este país desea que la monarquía, que pasa por una secuencia ya muy larga de contrariedades –la abdicación de don Juan Carlos tras lo de Botswana, el 'caso Nóos', los negocios del rey emérito–, consiga reponerse de tantos sobresaltos y recupere la serenidad que estabiliza a la institución y afianza el papel del Estado. Don Felipe ha dado ya pruebas de su nivel y de su oficio, por lo que no hay necesidad de abrir nuevos interrogantes que compliquen todavía más una inexorable rendición de cuentas que el estado de derecho no va a obviar en ningún caso.
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