Este 30 de enero hizo un año desde que la OMS informara del inicio de una emergencia de salud pública internacional ante un coronavirus desconocido aparecido en Wuhan, detectándose el día 31 el primer caso en España, de un turista en La Gomera.

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El camino ... es aún sinuoso y tenebroso. El virulento virus ha cambiado nuestra vida, muta, continúa extendiéndose y puede devenir más peligroso; la crisis sanitaria y económica es patente. Sanitariamente, hay más de 2 millones de muertes en el mundo y una alta tasa de contagios. Mientras, las medidas globales adoptadas difieren poco de las aplicadas históricamente: aislamiento, restricciones de desplazamiento y mascarillas protectoras; además, la escasa coordinación y falta de medidas eficaces internacionales contribuyen a la dispersión del virus. La recesión económica carece de precedentes en España desde la Guerra Civil; según el Fondo Monetario Internacional, el déficit público en 2021 será del 8,3%, con una caída del 1'11% del PIB; la situación en Europa es también preocupante. Toda la sociedad se siente amenazada, los jóvenes creen que les están robando su juventud, y los más ancianos que les quita vida y afectos básicos.

La falta de perspectiva angustia. Diariamente consultamos el avance o freno de contagios y fallecimientos, resolviendo cada jornada con escasa visión de futuro. La desconfianza ante la dispar gestión de la crisis es creciente. Las restricciones abren brechas, la aceptación inicial del confinamiento (80%) es ahora del 40%; las opiniones se dividen y los políticos no dan muestras de eficacia. Los tratamientos médicos se afanan en mejorar el estado de los contagiados porque, si bien el 2020 finalizó con la esperanza de las vacunas, con ellas llegó la desilusión: hay menos dosis de las necesarias y la distribución es irregular, poniendo en evidencia la avidez y egoísmo de algunos, o el espíritu materialista de otros ante lo que debe ser un bien mundial común. La Unión Europea intentó asegurar directamente millones de dosis para repartirlas según la población de cada país miembro, pero el plan está naufragando: la explosión de la demanda frente a la menor capacidad productiva siembra el desconcierto, convirtiéndose las vacunas en un nuevo instrumento geopolítico internacional.

El tejido social está fatigado y herido; se pone a prueba la capacidad de la democracia para superar una situación compartida que reclama la cooperación internacional, el esfuerzo de los políticos (poder y oposición) y la responsabilidad inteligente ciudadana.

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