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El domingo, todos los ciudadanos estábamos llamados a una última salida a nuestros balcones para agradecer la labor que han desarrollado los trabajadores esenciales durante la pandemia con una enorme ovación. Llegaron las 20 horas y la atronadora aclamación se quedó en unos tímidos y ... aislados aplausos. Lo que estaba llamado a ser un estrepitoso reconocimiento final de la sociedad riojana mutó en un insignificante y menguado gesto.
Es altamente probable que la fatiga de materiales psicosociales acumulada durante las semanas de confinamiento pesase en la mayoría de los ciudadanos que, con la entrada en vigor de la fase 1 de la 'desescalada', han ido progresivamente dejando de asomarse a aplaudir el sobreesfuerzo de tantos profesionales.
Puede ser también que, como es costumbre rancia, nos hayamos dado prisa en arrumbar en el último rincón tantos propósitos solidarios. Nuestra proverbial capacidad para relegar en un pispás el 'nosotros' por el 'mi' es legendaria.
Seguro que todo ello desanimó a los convocados. Pero mi convicción es que tampoco los profesionales la quisieron: ni una sirena alentó el rugir de las palmas. Porque reconfortan, pero no alivian jornadas interminables de trabajo, aislamientos de la propia familia para ampararla, exposiciones sin protección y, sobre todo, discursos engolados de los políticos –a estos sí que habría que hacerles oídos sordos– que, ni de lejos, saben lo que es batirse cada día con la enfermedad y la muerte.
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