Desolación final

Este sólido drama estructurado en clave enigmática y formalmente sobrio, fue uno de los trabajos más apreciados en el festival de cine de autor de Barcelona cuya última edición se celebró vía streaming en plena primera ola de la pandemia del COVID-19. Una trama misteriosa, salpicada de violencia, encierra, en un paraje neblinoso y frío, un inconsolable secreto que atormenta a un jefe de policía retirado, Ingimundor (Ingvar Sigurdsson), que fragua en su interior un desquite y no ve el momento para llevarlo a cabo.

El sentido de la intriga en el cineasta islandés es seco, muy pausado y formalmente brillante. Su estilo es árido, muy en consonancia con el brumoso y solitario escenario donde se localiza la acción. Palmason indaga en los malestares y oscuridades de la mente. Cuando la cabeza está intranquila, alevosa y sospecha de un pasado inquieto y desasosegante, no para de elucubrar y provocar que el sujeto afectado se vea empujado a cometer acciones agresivas.

El desarrollo de la historia sucede con pausa y meticulosa precisión. Las pistas se diseminan en la narración con mucha cautela y a ritmo puntilloso. La lógica tiene un calado sombrío y desesperado. Y poco a poco brotan las aristas más emocionales que sustentan las sospechas de la película, las infidelidades. Un agravio y ofensa que carcome las tripas y deja sensación de furia. El veterano policía investiga y saca conclusiones. El engaño es terrible. Ni su nieta y tampoco una casa que está reformando aplacan su instinto básico.