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Hablaba ayer mi compañera Rosa Palo, en este mismo espacio, de lo poco elegantes que pueden llegar a resultar según qué accidentes mortales. Sin embargo, ningún elemento obstructor de las vías respiratorias —ni una araña, ni un hueso de pollo, ni una avispa— puede competir, ... en lo que a falta de distinción se refiere, con algunas de las más comunes causas de otro tipo de defunción: la muerte política. Para tratar el tema, Marc Giró nos regala una expresión de imagen precisa, casi onomatopéyica: 'precipitarse en la deselegancia'. Se precipitó en la deselegancia Iván Redondo, en su entrevista con Évole, al enrocarse en la charlatanería formal para no brindar a la ciudadanía ni una sola justificación material de las decisiones tomadas durante su mandato en la sombra; y ofrecer, por el contrario, toda una retahíla de estupideces versallescas que en nada responden a los damnificados por la crisis sanitaria, el desmantelamiento de las pensiones o la subida de la luz: si no tienen pan, que coman pasteles.
Y hablando de luces, otro que se ha precipitado de lleno en la deselegancia es Antonio Miguel Carmona, que ha pasado de candidato a la alcaldía de Madrid a vicepresidente de Iberdrola España después de haber despotricado contra las puertas giratorias en cada mítin o tertulia que se le puso por delante: «Ya no son puertas giratorias. Son puertas, ventanas, tejados…» Entonces tenía razón en todo, pero —qué lástima— se olvidó de mencionar los enchufes. De los fondos reservados que Margarita Robles entregaba a la Casa Real en metálico, o de todos esos que aparecen en los papeles de Pandora, mejor ni hablamos; porque la honestidad, como la lentejuela, sólo resulta elegante si brilla.
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