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Seguramente la frecuente participación de Boris Johnson en fiestas en la sede del Gobierno mientras Reino Unido se sometía a crudas restricciones contra el COVID nunca ha llegado a poner en peligro su continuidad en el cargo. Ni siquiera cuando, a comienzos de año, su ... Partido Conservador simulaba gran escándalo, y el mismo 'premier' mentía en el Parlamento al sostener que las celebraciones en las que corría el alcohol no se produjeron; y asegurar, cuando era evidente que hubo reuniones sociales, que no era consciente de infringir las normas que su Ejecutivo había impuesto a todos los ciudadanos; incluso aunque muchos de sus compatriotas ni pudieran despedir a sus seres queridos o cuando el país guardaba luto por la muerte del marido de la reina. A Johnson, el primer jefe del Gobierno de Londres en ejercicio sancionado por un ilícito penal, la invasión rusa de Ucrania le ha permitido aferrarse al cargo, dinamizar la industria de defensa con esos envíos de armas tan agradecidos por Zelenski y pasearse por Kiev a pecho descubierto, sin los antibalas que exhibieron los dirigentes de la UE. El máximo descrédito acompaña a su figura pero, a dos años de las elecciones generales, parece un descrédito inexpugnable.
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