Un par de semanas atrás, quien más quien menos, todos esperábamos la llegada de la vacuna que pondría fin a la pandemia que nos tenía atemorizados desde hacía muchos meses. La imaginación nos llevaba a contemplar carreras y colas interminables para ser vacunados. Fue un ... alivio que, lamentablemente, está propiciando bastantes frustraciones.
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Como casi todo lo que ocurre en el país, aquella esperanza enseguida volvió a sufrir el descontrol que había agobiado bajo los confinamientos. No tardaron en escucharse protestas sobre la distribución de las dosis y lo más sorprendente es que, cuando llegaron a sus destinos, empezaron a surgir los problemas burocráticos nuestros de cada día. Aguardábamos un despliegue de medios para administrarla con la mayor rapidez.
En algunos países se arbitraron medidas extraordinarias para aprovechar el tiempo al máximo. Había una conciencia clara de que cada minuto perdido significaría algunos nuevos contagios más e, incluso, alguna muerte. Pero en España no fue así. En algunas comunidades daba la impresión de que los paquetes con las dosis eran recibidos como con desgana Y no tardarían en surgir los obstáculos: no había personal suficiente, como si no hubiese habido tiempo para haber adoptado las previsiones. Los expertos saben que para inyectar una vacuna no hace falta ser doctor en Medicina.
En algunos países se impartieron cursos para que pudiesen aplicarla hasta los veterinarios. Una semana larga después en la Comunidad de Madrid, y es un ejemplo, apenas se había aplicado el 0,37% de las vacunas. Al parecer, había que esperar a hacer un contrato con una empresa para que se encargase. El día de Reyes en siete autonomías no se vacunó a nadie.
El descontrol que venía estigmatizando la evolución de la pandemia tampoco terminó con tan nefasta experiencia. Estamos en enero, mes propio de inclemencias climáticas y, a lo largo de una semana, los servicios de meteorología alertaron de que se avecinaba, incluso con fecha y hora, una nevada excepcional. Y así fue. Pero lejos de tomar las previsiones adecuadas, todo quedó a merced de los elementos. Una vez más, los servicios tanto nacionales, como autonómicos o locales, dejaron pasar las navidades sin inmutarse. Luego llegaron las consecuencias: miles de personas y centenares de camioneros tuvieron que esperar horas a que las máquinas quitanieves acudiesen a socorrerlos. Paciencia: los ciudadanos tendrán que conformarse a título de reparación con una subida de «unos euritos» en la factura de la electricidad.
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