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Alberto Núñez Feijóo ha fiado su estrategia para llegar a la Moncloa a la imagen de líder solvente, moderado y pactista con la que aterrizó en Madrid tras encadenar cuatro mayorías absolutas en Galicia. El empuje que supuso para el PP su proclamación como presidente ... ha menguado con el transcurso del tiempo y la agresiva campaña del Gobierno que le presenta como poco fiable, influido por sectores de la derecha radical y defensor de los grandes poderes económicos. En un año condicionado por una doble cita electoral, las encuestas reflejan un empate técnico entre los dos bloques enfrentados en un país sometido a una extrema polarización de la que nada bueno cabe esperar. Una igualdad que se decantará hacia un lado u otro en función de la habilidad con la que jueguen sus cartas el PSOE y los populares.
El regreso a la primera línea del exministro Íñigo de la Serna y del exportavoz en el Parlamento vasco Borja Sémper no solo persigue subrayar el perfil más centrista del PP. Estas incorporaciones y otras en las que trabaja el partido constituyen una asunción implícita de la clamorosa necesidad de reforzar el núcleo duro que rodea a Núñez Feijóo con primeros espadas curtidos en la política nacional. Para alcanzar su objetivo, el jefe de la oposición deberá hacer contorsionismos a fin de crecer a la vez a costa de votantes de Vox –del que aspira a no depender, lo que hoy por hoy se antoja improbable– y de caladeros más templados; y compatibilizar su discurso con otras sensibilidades como la personificada por Isabel Díaz Ayuso, cuya irrefrenable tendencia a ir por libre no siempre coincide con los intereses de Génova. Aparte de una 'guarda de corps' más fuerte en torno a su presidente, el PP precisa ofrecer una alternativa ilusionante y creíble a su electorado con propuestas en positivo que vayan más allá de la obsesión por desalojar a Pedro Sánchez de la Moncloa. Ya no puede fiar su hipotética victoria en las urnas a un derrumbe de la economía que está lejos de hacerse realidad. A la vista de unos sondeos en los que no despega, necesita algo más que explotar el desgaste del jefe del Gobierno, un consumado especialista en el regate en corto con un año por delante para hacer campaña desde el poder y que ha exhibido una extraordinaria capacidad de resistencia en la legislatura de la pandemia y la guerra en Ucrania. El tiempo se agota en un pulso reñido en el que la balanza se inclinará a favor de quien acierte en la tecla adecuada a partir de ahora.
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