Ahora que es posible volver a viajar, aunque restringidamente, recuperamos una de sus funciones: contrastar contextos más allá del habitual.
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Noruega es un país precioso medioambientalmente, ordenado, democrático y acogedor, además de una de las economías más saneadas de toda Europa. Estar en ella ofrece, ... entre otros, el contraste del bajo precio de la energía eléctrica frente al abusivo coste en España. Sin embargo, también sorprende la dificultad de encontrar productos propios (salvo de alimentación) hechos en Noruega u otro país vecino. Es una proeza localizarlos sin la doble etiqueta: 'designed in Norway', 'made in China'. Juguetes, ropa, electrónica, decoración, souvenirs noruegos (trolls, renos, bolas de nieve, objetos de madera tradicionales y hasta gorros o calcetines) tienen diseño nórdico, pero manufactura mayoritariamente china. El argumento del menor coste de mano de obra produce sensación de tristeza, y casi abandono, de nuestra originalidad productiva en manos de otro entorno que se erige como superpotencia económica. Y no sucede solo en Noruega. Valga como ejemplo que desde marzo a diciembre de 2020 China exportó 224.000 millones de mascarillas mundialmente, lo que supone unas 40 por persona... y sigue.
Las consecuencias explican que China sea el único país cuya economía haya crecido en 2020, según el FMI, hasta el 6,5% con un incremento del PIB del 2,3% que podría llegar hasta el 7,9% en el presente ejercicio, cuando en países como España la deuda pública ha superado el 122% del PIB. Estamos frente a un desafío mundial, imperfecto pero inquietante, más aún cuando este crecimiento se basa en la exportación de productos que consumimos otros países con economías en receso, no en el consumo interior. Todo ello enmarcado en un exitoso régimen político estable, con escaso respeto a los derechos humanos y libertades, pero influyente en el orden y geopolítica mundial.
El mundo debe habituarse a vivir con una China poderosa, nacionalista y, quizás, amenazante frente a la que el resto de naciones tiene poco peso, salvo Estados Unidos. Una potencia creciente que intenta dividir al mundo mientras su economía se apoya en lo que este consume y le permite facturar, con una juventud bien formada en Occidente que aplica en China lo aprendido y que está por ver cómo se posiciona en la grave crisis afgana.
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Quizás, aparte de articular alianzas estratégicas potentes frente al desafío chino, deberíamos dejar de facilitarle productos propios para enriquecerse. ¿Estamos acaso cerca de encontrar vinos con denominación de origen Rioja pero 'made in China'?
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