La campaña 'Soy mayor, no idiota' lanzada por el jubilado Carlos San Juan ha dotado de visibilidad al lamento de aquellos usuarios de la banca, singularmente los de más edad, que sienten mermados sus derechos por la transformación digital acelerada por la pandemia. Resulta elocuente ... que la campaña haya despegado a través de internet, lo que subraya cómo las herramientas tecnológicas pueden operar como factores tanto de inclusión como de exclusión. Que esos instrumentos deriven o no en marginación o vulnerabilidad social depende, por tanto, de la utilización por la que se opte y de la amplitud de su alcance. Las restricciones de la emergencia sanitaria han precipitado la digitalización no solo de las entidades financieras sino también de otras empresas que prestan servicios muy sensibles para la ciudadanía, lo que ha facilitado la superación de las barreras levantadas por el COVID contra la interacción física. Pero, al tiempo, esa misma revolución digital está ensanchando la brecha social entre quienes pueden permitirse el acceso a la tecnología y quienes no, una fractura que está adquiriendo el tinte de un inquietante problema de repercusión colectiva cuando son los ciudadanos desfavorecidos y los de mayor edad los que quedan excluidos de las prestaciones que se les ofrecen sin disponer de una alternativa viable. En el caso concreto de la banca, las entidades han de encarar este desafío no porque les suponga un baldón reputacional, sino porque están orillando a clientes –un tercio ya de todos– a los que ofrecen un manejo de su propio dinero que estos, en la práctica, no pueden ejecutar por sí mismos. La dependencia agrava las heridas que la vulnerabilidad abre a los mayores que todos acabaremos siendo. Y la exclusión se vuelve poco menos que insuperable cuando llega de la mano de la soledad.

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El Gobierno ha amonestado a los bancos, llamados a reorientar su estrategia. Pero el riesgo de discriminación que está conllevando la transformación digital en este y en otros ámbitos interpela al Ejecutivo a combatir la amenaza de que la globalización conjugada con la pandemia acabe dejando atrás a los colectivos sociales más frágiles. El paulatino envejecimiento poblacional representa una conquista en tanto que prolonga la vida y amplía las posibilidades de desplegar servicios y cuidados. Pero la imparable digitalización y la apuesta por la 'silver economy' no pueden acabar categorizando a los mayores como meros consumidores con derechos menguantes según su estatus.

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