Tus derechos no se negocian, se cumplen
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Esta afirmación tan rotunda, tan concluyente y definitiva, no es mía. Yo no llego a tanto. La pueden ver en un gigantesco cartelón colocado en la fachada del edificio insignia de UGT en la antigua calle Milicias, hoy Luisa Marín Lacalle.
La frase, insisto, ... es lapidaria. Mi duda estriba en que si eso de que «los derechos se cumplen» es para siempre y para todos, cosa que dudo y mucho. Por ejemplo, la Constitución Española que yo voté en 1978, que no es precisamente el acuerdo de cualquiera de los ayuntamientos de nuestra Rioja vaciada sino algo más exigente, dice textualmente en el artículo 27, 3 lo siguiente, y cito al pie de la letra: «Los poderes públicos –y si no me equivoco la Consejería riojana de Educación es uno de ellos– garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones». ¡Y punto! Todo lo demás es marear la perdiz, cosa que se viene haciendo hace ya muchos años, demasiados. El derecho a la formación religiosa –católica, protestante, islámica, judía, la que sea– es un derecho de los padres, no de ninguna confesión religiosa. Lo que sucede, porque así son las cosas, es que han de ponerse de acuerdo la consejería y la diócesis en nuestro caso para que la formación sea coherente y como debe ser, académica, rigurosa y que forme a los chavales. No un adoctrinamiento.
La diócesis, como la Iglesia toda con el papa Francisco al frente y el obispo cuando lo tengamos, está volcada en la evangelización, como se mostró ante toda La Rioja en la memorable jornada vivida en la plaza de toros de Logroño en la presentación de la misión diocesana 'Euntes'. Esto conlleva la catequesis, que en nuestra región tiene unos niveles muy aceptables; los sacramentos, bien administrados y recibidos, que fortalecen la fe y ayudan a los creyentes a ser cada día un poco mejores; la actividad de los sacerdotes y religiosos; las familias, para que vivan bien el proyecto de Dios de ser transmisoras de los mejores valores humanos y cristianos; la atención a los pobres y necesitados (Cáritas, Manos Unidas...), los enfermos y las personas mayores, con pandemia y sin ella. Y, por supuesto, la oferta de la clase de religión para aquellos padres que la soliciten.
¿Ustedes recuerdan el follón que se montó con aquello del pin parental? ¿Recuerdan lo que dijo la ministra Celaá acerca de que los hijos no son de los padres, sino del Estado, y eso sin mirar al tendido y sin pestañear? ¿No será esta la madre del cordero? ¿Querrán tal vez hacer aquí la experiencia exótica de los kibutz judíos o de las comunas soviéticas, en los que al nacer un niño o una niña eran separados de los padres y metidos en la comuna para ser teledirigidos por los dirigentes? Yo no llegaré a conocer nada de eso, pero que no les pase nada a los que vengan detrás si de hecho sucede.
Miremos ahora a Europa. Hay países como Finlandia, Reino Unido y Grecia en los que la religión es obligatoria como una asignatura más del curriculum. En otros es opcional con efectos académicos como Alemania y Bélgica. En Italia y la vecina Portugal, si no estoy mal informado, la religión es asignatura facultativa sin que la nota cuente para la media. ¿Es que nosotros siempre vamos a regar fuera del tiesto? Me consta que ahora mismo la Francia de Macrón, tan laica ella y tan amiga de la libertad, la igualdad y la fraternidad, está poniendo todos los medios para apuntalar en la escuela pública el ADN, la historia y la cultura francesas en base a la tradición cristiana para que el islamismo no les mande todo el tinglado a hacer gárgaras.
Y ya termino. No hace mucho tiempo un buen amigo, profesor muchos años de Secundaria en La Rioja, viejo contertulio radiofónico y hombre sensato donde los haya, escribió en este diario reflexiones como las siguientes que yo hago totalmente mías: «lo de manejar las ideas según conviene (¡ay, las ideologías!), es muy propio de la política, aunque sea de la mala política; mientras no se demuestre lo contrario y a pesar de lo que diga la ministra, quienes más interés tienen en la buena educación de los hijos son sus padres».
Y concluyó con este pensamiento suyo: «Dejen los políticos la educación en manos de los padres y profesores que tan mal no lo querrán hacer. Y cuanto menos interfieran –los políticos–, mejor. Eso sí, júntense de una vez todos los partidos civilizados y pónganse de acuerdo en una ley educativa que dure muchas décadas ¡que falta hace! Sería el mayor favor que podrían hacer a la Educación. Y déjense de tantas ocurrencias».
De acuerdo del todo, amigo.
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