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Pienso mucho últimamente en el Lazarillo de Tormes, ese a quien la historia de la literatura llama pícaro y que desde la España de hoy, visto lo visto, más que un pillo parece un santo sobreponiéndose a la adversidad que siempre mece la cuna de ... los pobres. En el hambriento siglo XVI, Lázaro fue en realidad un héroe porque, como se cantaba por las calles de la vieja España, «al rico llaman honrado porque tiene qué comer». Seguramente hoy nuestro pilluelo viviría asombrado viendo cómo multiplican sus ganancias quienes tienen no solo la barriga llena sino las cuentas corrientes repletas. Salvo Luis Medina, hijo del duque de Feria, que las tiene vaciadas para salvaguardar el botín. Lázaro que, aceptando su triste destino, robaba unos granos de uva a su amo ciego o un mendrugo de pan al clérigo no comprendería a los avaros y truhanes que habitan este país en el que los comisionistas son reyes. Nunca mejor dicho. Qué cara pondría el pobre Lázaro al ver a su rey atesorando dádivas hasta situarse en el vértice de la pirámide del comisionista español. A buen seguro que se le atragantaban las uvas que le robaba con ingenio al taimado ciego. Y es que los 65 millones de euros regalados por Arabia Saudí al emérito rey de España no son moco de pavo ni para un rey ni para un pícaro, aunque como escribiera Góngora: «Y tahúres, muy desnudos,/ con dados ganan condados;/ ducados dejan sucados,/ y coronas, majestad:/¡verdad!».

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