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El guardia dice: «¡Pare!» La mujer para. Me paro. ¿Por qué? ¿Sobredosis de calendario, de revoluciones, de velocidad? ¿Confusión de puntos cardinales, norte, sur, quiénsabeande? Ahora que cierran las puertas del mundo, qué más da.
La maruja adicta a la vejez activa ha pasado el ... Ebro sin que se lo impidiera la arboleda y ha chocado contra los bolardos de un control policial.
«¡Los papeles!»
«Aquí están»
Mi sargento, masculla. Los pegotes de la chaqueta le suenan todos a vals vienés. Y si hay que bailar para que no mengüe su pensión, que pa eso ya está Hacienda, ella baila. Y se arranca con la danza del lago de las ocas, vestida con el tutú de Santa Margarita María de Alacoque, monjita preconciliar.
«Yo no he hecho nada»
Ni llevo costo, salvo el del seguro, ni aerosoles de autodefensa, ni armas de destrucción doméstica, el Fairy es de promoción –me'pasao cogiendo 12 envases–, ni siquiera un chupito pa festejar esta quedada.
Le está saliendo bordao.
«Cállese y salga del coche».
El bizarro servidor de la ley ignora teologías de liberación. Mucho de marías y nada de margaritas. Sale, salgo y solicito permiso para aposentar la réuma en un banco próximo.
«¡Pues, se siente!»
El agente extiende el brazo entorchado y la conductora apeada concluye la frase con la interjección local que selló el inicio de la democracia. Se sienta, me siento y observo consternada cómo desvirgan la furgoneta. Es nueva, recién parida, se ha echado a la carretera a festejar su destino con un espectáculo audiovisual sorpresa: un bello monstruo escapado de una acrópolis griega gira y deambula en torno al monstruito metálico. Si es Aquiles va de ¡firmes!; si es Ulises, de detective al que ni dios se la da. Con melenas, barbitas, rostro anguloso, tableta David, patazas tronco roble, olisquea como león de la Metro y embute impúdica y agresivamente su cepillo cibernético por los bajos. ¿Será el capó, el chasis, la braga férrea del bastidor, el delco, el motor quizá trucado? Su dedo, perverso y delicado, zarandea el microordenador. El aire enreda sus rizos cual fosforescentes rodamientos. De repente, saltan los intermitentes en impetuoso gimoteo y a la buena mujer se le saltan las lágrimas.
«Ya puede subir»
«¿¿??»
«Buscamos una furgoneta robada. Ésta no es»
Mira su ésta y le acongoja su pequeña elefanta cuatro por cuatro: no es la suya, se la han robado, y aunque el psicomotor le cure este trauma exógeno ya nunca será la misma, avejentada y marchita por el embrollo predador del delco, de la delca, del delco la vela. Orrevuá...
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