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No se puede poner casi ni un pero a la primera actuación del ciclo 'Conciertos desde el tejado' de Villamediana de Iregua, con un cantautor del calibre de Pedro Guerra como protagonista. Un escenario singular y acogedor, un público limitado, un clima refrescante, el atardecer, ... el anochecer y una música agradable. Todo bien salvo los 25 minutos que hubo que esperar, entre el retraso y los discursos institucionales, para empezar a escuchar a Pedro Guerra.
El músico canario ofreció un repertorio de cerca de una veintena de canciones a lo largo de una hora y cuarto de recital. Repasó, de inicio, temas de su nuevo disco, 'El viaje', y también de otros anteriores como 'Ofrenda' y 'Vidas'. Fueron canciones desconocidas para la gran mayoría de los espectadores pero no importó porque la delicadeza, la intensidad y la belleza de sus composiciones procuraron una empatía y un respeto del público por el artista muy difícil de lograr.
La estampa, propiciada por el inusual escenario, era ya todo un paisaje artístico casi almodovariano. Pedro Guerra, solo con la guitarra, ante unos 160 espectadores distribuidores a modo de anfiteatro por la azotea de una biblioteca de pueblo hinchado por el 'boom' inmobiliario, en el corazón del municipio, rodeado de casas a cuyos balcones, ventanas y patios se asoman vecinos, entre ropa tendida, sirenas de Policía y ambulancia y un anónimo perro ladrador. «Cuando paro de cantar, el perro también para de ladrar. No hace precisamente de segunda voz pero...», espetó Pedro Guerra primero, casi molesto, y después, ya resignado, añadió irónico: «Al perro lo veo muy animado pero a ustedes no tanto para cantar».
Al final, hasta el can se rindió ante la calidad musical de Pedro Guerra, igual que el público. Para la recta final el músico dejó el ramillete de sus canciones más célebres: 'Debajo del puente', 'Contra el poder', 'Daniela', 'Cuando Pedro llegó', 'El marido de la peluquera' y 'Contamíname'. Los espectadores despidieron aplaudiendo de pie al compositor tinerfeño, quien no saboreó demasiado el reconocimiento final, se marchó discretamente, como sabedor de que lo verdaderamente meritorio ya estaba hecho, que es dejar un buen recuerdo.
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