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Esta semana, me hallaba tomando un té mañanero en el bar El Piedra de mi pueblo. Eran poco más de las siete y a esa hora los clientes solemos ser cinco o seis, casi todos obreros que están a punto de marchar a sus trabajos. ... En un momento dado surgió la conversación sobre la vigilancia a la que se dice estamos sometidos hoy en día por los muchos datos que se tienen de nosotros a través de todos los medios informáticos. Uno de los presentes llegó a decir que a él uno de los apoderados de un partido le había echado en cara al día siguiente de las elecciones que no tenía derecho a quejarse del estado de la política en España porque precisamente él no había votado.
Aparte de lo que usted opine de ese apoderado, me alegró oír la intervención de un obrero que escuchaba: «Igual que en '1984' de Orwell». Es este señor trabajador un cliente que suele venir con un compañero; yo he hablado alguna vez con ellos y me parece que son pintores de los de brocha gorda, ya me entiende usted; es que no se lo he preguntado. El autor de la intervención es extremeño y me encantó su sabiduría mostrada ya a esa hora de la mañana. Por si no lo sabe usted, lo cual tampoco importa demasiado, '1984' es una novela en la que el escritor británico nacido en la India criticaba un sistema político futuro en el que los ciudadanos vivirían en una permanente vigilancia. Orwell vivió en Barcelona durante aquella Guerra fraternal por Civil y, mientras paseaba yo un día con una amiga por el Barrio Gótico, me informó que la plaza que George tiene dedicada aquí fue uno de los primeros lugares de la urbe donde se pusieron cámaras de vigilancia por la clase de vida que se hacía en ella. Escribir para esto.
Dicen que han vuelto los estorninos a La Rioja. Yo pienso que no se van de España; a lo sumo, al Levante o a Canarias a pasar alguna temporadilla, como los jubilados. No entiendo demasiado a quienes dicen ser aficionados al campo por ver hermosas vegas, vaquitas, bosques, ardillitas, caballos, montañas y cardelinas, y luego, cuando los tordos visitan las ciudades, quieren que las autoridades se encarguen de despacharlos. Con estas simpáticas avecillas hay que pactar, dialogar, a la manera de lo que nuestros (¿?) políticos están haciendo en Madrid (y en Barcelona) (¿?). Acaso recuerden ustedes el acuerdo al que yo llegué este verano con los tordos que me comían las cerezas; les puse un cartel con una jota en la que les informaba que íbamos a ir al cincuenta por cierto, y tan amigos. Esta temporada he hecho lo mismo con las olivas. Me va de rechupete.
Me parece que con mi sobrina no me ha ido tan bien. Al día siguiente del encuentro del Barça-Madrid me preguntó por qué se zurran tanto entre sí los de los adoquines y contenedores y los Mozos de Escuadra si muchos de ellos son catalanes solidarios. Le respondí que a esa interrogación seguramente le responderán mejor los extraterrestres. Me parece que la he defraudado, a ella, que me tiene por sabio (al menos mientras siga dándole la paga).
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