Creemos que los mundos paralelos son otros, otros mundos, activados desde algún punto simultáneo pero extraño a este nuestro, que es el que damos por real, al que otorgamos certificado de autenticidad. Y estamos muy pero que muy equivocados: el mundo paralelo, muy al contrario ... de la idea que nos hemos hecho, somos nosotros, amigos y amigas de Planeta Azul. Los raros, los vicarios, los virtuales, los contingentes, los secundarios somos nosotros, con nuestros temas menores y nuestras quisicosas y nuestras ínfulas y nuestro lenguaje común y nuestra servidumbre. Somos nosotros la copia, el simulacro, los SIM. No hay más que, esta semana, leer en la prensa la transcripción de las conversaciones telefónicas mantenidas, ¡hace casi una década!, entre Villarejo, Cospedal, Armengol, Aguirre, de La Rosa y Martínez para desengañarnos de cualquier ilusión de protagonismo y comprobar una vez más dónde radica el verdadero centro de operaciones de lo real y el núcleo duro del sistema: sus claves, su caja negra, su jefatura, su tanque de pensamiento, su religión, su compadreo, el corte del bacalao. Las altas esferas en las que se mueve el elenco que maneja son un sótano de gargantas profundas, sobreentendidos, compadres y medias identidades (el Inda, Paco, Pepe, mi amigo José Luis, el Prada, este de La Rosa, Eugene, la Espe), genéricos (el Ministro, este hombre, este tipo, el presi, ese amiguete, el banquero, el testaferro), virtudes del más alto rango («Transparencia y Justicia es mi verdugo», frase inflamada de Esperanza –otra virtud teologal– digna de un drama histórico del XIX), epónimos (uno redondo: «el cabrón del cabrón»), laconismo (Cospedal: «Sí», «Ya», «No», «Bueno, bueno», «Totalmente», «Bueno, bueno»; Martínez: «Ajá»), dialéctica interna (cita literal: «Villarejo: «No, no»; Aguirre: «sí, sí»), mensajes cifrados (la 'libretita', «Diligencias, esa es la clave»), buenas palabras («Tú confía», «Tú no te preocupes que yo voy a estar al loro»), simpáticos modismos («llevárselo de gordo», «a mí, qué coño», «por el morro», «es un choricete», «¡Pero qué me estás contando!», «¡Joé, estoy a mil cosas!», «aquí estamos un poco tiesos»), trágicos desenlaces (éste, por ejemplo: «Villarejo:... y una vez que entren o salgan, se les filma ese día, y están muertos»; Martínez: «ya»; Villarejo, sentencia: «y están muertos») y un programa de autoborrado, algo que solo está al alcance de quien controla lo que existe y lo que no existe, lo que ha tenido lugar y lo que no, lo que sucede en Las Vegas pero no sale de las mismas (Villarejo: «Espero que esta conversación no exista»; a lo que responde Aguirre: «Todo lo que se diga aquí... Es que no hemos estado»; u otro momentazo parecido: Aguirre le dice a Villarejo: «No se trata de que no tomes iniciativas, sino de que cuando te pregunten...», y Villarejo, al rebote: «Cuando pregunte diré; Nada. Nada»; a lo que añadirá el excomisario: «Ya está en toda sustanciada», frase cumbre y especialmente enigmática, por el propio caso de sustanciación al que alude pero también por la falta de algún elemento gramatical, seguramente insustancial, pero bueno, ellos son lo que saben. Y serán Armengol, Villarejo y Aguirre quienes clausuren este brillante pasaje de temática existencial con tres réplicas seguidas, una escalada antológica y ontológica en la dramaturgia universal. Dice Aguirre: «Lo que sería conveniente es que no le dijeras a los abogados tuyos que yo estoy detrás»; a lo que responde Villarejo, atención: «No, no existes. Esto no existe»; y la frase que cierra de Aguirre, una vez que por gracia ex machina del excomisario ya no existe: «Como comprenderás, lo que me estás diciendo es música para los oídos») y una moraleja final (a cargo del tío que le susurraba a las carpetas: «No, si buenas personas somos todos»). Uno lee todo esto y siente que día tras día se le está escapando a chorros lo que realmente sucede, lo que circula por canales no accesibles a los mortales, ilusos, nosotros y nosotras; asuntos mollares todos ellos que se desclasifican con cuentagotas al cabo de diez años, cuando ya se estarán produciendo otras conversaciones que sustanciaran la década siguiente, aunque al final todo quede en nada, nada. Y es una pena porque, lo leído, hasta contenía un modelo de reforma laboral: «Es una forma sutil de no largar a un tío, ascenderlo, ¡coño!»
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