Esta semana se ha presentado en sociedad a un amigo (o amiga) especial: 'Proyect Debater', en su versión perfeccionada. Es un monolito fabricado por IBM, alto, bienparecido y ciclópeo. Viste de oscuro, lo que le hace más delgado. Y habla, con voz 'femenina'. Como la ... de Siri o la de Alexa. De hecho, al robot lo llaman 'Miss Debater'. Su habilidad principal consiste en que tiene mucha conversación. Pero no solo conversa, sino que es un 'mákina'. Tiene almacenados y barajados en su disco duro todos los volúmenes de la 'Wiki', y con eso se ha fabricado un argumentario de concurso. La premisa, me temo, es que en cuanto a ideas ya está todo inventado y que solo se trata –como decía Woody Allen en Broadway Danny Rose– de introducir el concepto en la coyuntura. Y el resto... pedir el comodín del público. Por lo visto/oído, está suficientemente preparado para meter un rejón retórico en la coyuntura que toque, aleatoria, y conseguir el jaque-mate. Todo a base de combinatoria dialéctica de discursos y alegatos. Incluso para tocar un poco las narices al contrincante, tipo «usas demasiadas palabras por minuto», como el rey le matizaba a Mozart: «Demasiadas notas en tu Rapto del Serrallo». Yo ya doy por supuesto que en los próximos debates electorales televisivos, en España, los partidos enviarán a sus respectivas 'Miss Debater'. No va a hacer falta ni que las modere Manuel Campo Vidal, pues están programadas para respetar turnos y cederse el algoritmo. O igual, lo que le convendría a Campo Vidal es ir fajándose en el toma y daca con 'Proyect Debater', como ya lleva tiempo haciendo Harish Natarajan, que con treinta y un años ostenta el cinturón de 'Campeón del mundo de debates'. A mí, este Harish Natarajan aun me parece un dispositivo más extraño que 'Proyect Debater'. O un mago, como inventado por Emilio Salgari. Un polemista de zoco de Madrás. Este Mozart en la modalidad del debate de exhibición logró tumbar al cerebro de IBM en veinticinco minutos en una conversación sobre la educación preescolar. Si ves el video en YouTube, todos los que están sobre el escenario parecen monolitos. También Natarajan, tras el atril de IMB. No hay noticia, por cierto, de que la educación preescolar haya cambiado para mejor en el mundo después de este debate en la cumbre. A mí, lo que me pasa, es que esto de debatir con los electrodomésticos, no me pilla de nuevas. Lo hago habitualmente. Yo comento con el reloj-despertador, en los primeros minutos del día, los titulares de la prensa digital; sobre todo, los flecos que no haya aclarado antes con la propia tablet, con la que habitualmente discrepo sobre el sesgo de las editoriales. A partir de aquí, política nacional con la tostadora, política internacional con el microondas, cultura con el frigo y deportes, como no entiendo nada, le dejo a la radio que tome la iniciativa. En el fuego cruzado –está el patio como para que no se te cruce el fuego– la tostadora me quema un pan, o el microondas no calienta. Pequeñas venganzas. Porque no sabemos perder debates, ni los seres humanos ni las máquinas. Natarajanes aparte. Luego me ducho y entonces el agua, a unos 38 grados, borra cualquier certeza a la que creía haber llegado. Y vuelvo a quedarme en blanco. Bajo en el ascensor y el tipo del espejo me quiere dar conversación, pero como que no me apetece, ¿sabes? Ni del tiempo me sale hablar. Hablar de tiempo, pese a que tiene fama de ser una evasiva, es un asunto muy espinoso y ocupa muchos minutos del telediario. Yo no tengo opinión formada sobre el tiempo, la verdad. O, al menos, no me atrevería a emitir un juicio, pongamos, ni sobre el temporal de este fin de semana, sin antes hablarlo con la máquina de café del trabajo, que seguro que tendrá algo que decir. Una opinión facultativa. Y salgo a la calle. Un escuadrón aéreo, formado por millones de nanorobots adiestrados, de esos que la prensa contaba ayer «se mueven de forma colectiva como las bandadas de pájaros o los bancos de peces», sobrevolaban la calle, vigilando mis pensamientos, nanorobots de mal agüero. O angelitos.

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