Entre la visión complaciente de la región que el espejo le devuelve a la presidenta Andreu y el paisaje desolador que describe la oposición, al ciudadano sin militancia de carné le queda poco donde elegir. Quizás el escepticismo: la verdad no existe; y si existe, ... es incapaz de reconocerla. El debate sobre el estado de la región volvió a ser el intento fallido en que acaban estas convocatorias parlamentarias, así sean a locales, regionales o de la nación. Con guiones encorsetados, sin concesiones a la improvisación y con las carteras repletas de prejucios no cabe otro resultado. La política regional se quiere parecer tanto a la nacional que se deja fagocitar. El que debería ser escenario ideal para la exaltación de la realpolitik, la política modesta y realista, se llena de ecos de mensajes enlatados, apenas adaptados, llegados desde sedes nacionales. Cierto es que Andreu trufó desde el principio su discurso con anuncios –alguno novedoso; los más, ya conocidos– de proyectos para llenar no ya los 19 meses que restan de legislatura sino algunas legislaturas más. Pero también lo es que los sirvió como un menú cerrado; menú de banquete caro quizás, pero demasiado cerrado. También es cierto que a PP y Ciudadanos les habría dado igual si la presidenta hubiera dicho justamente lo contrario. Otra certeza: entre el espejo de Andreu y el paisaje desfigurado de la oposición siguen estando donde estaban los riojanos y La Rioja.

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