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De Pascuas a Ramos, el último fue hace siete años, cuando el Gobierno de turno no tiene nada mejor que hacer, suele echar un par de días a mirarse el ombligo y jugar a una cosa a la que llaman Debate sobre el Estado de ... la Nación. La última vez que decidieron hacerlo creo que fue entre el 12 y el 14 de julio.
Pero antes de meternos en profundidades me van a permitir que, para todos aquellos que no saben muy bien de qué va esto, se lo explique en un voleo. Ya verán que la cosa, a más de sencilla, tiene su gracia.
Y empieza la broma llamando al acto Debate, cuando ya saben ustedes que, según la RAE, debatir es «discutir un tema con opiniones diferentes» y aquí no se viene a discutir nada, porque lo más que ocurre es que cada uno de los intervinientes sube al estrado, suelta la suya, explica lo que a los otros no les importa nada saber y, al terminar y bajo los aplausos de los correligionarios correspondientes, vuelve a sentarse a su sillón con la tranquilidad del deber cumplido.
Y así un representante detrás del otro, hasta que para el colmo de los colmos le llega el momento de debatir, de discutir, al representante del partido del Gobierno. Como lo oyen. Es lo más bonito de seguir: el representante del partido del Gobierno, debatiendo las medidas presentadas por el Gobierno. Absolutamente kafkiano, pero así están las cosas.
Y estando así las cosas no les debe de extrañar que, según los datos obtenidos en el post debate, algo más del 74% de los españoles considere poco a nada útil la celebración de la broma esta, ya que en lugar de que nos hablasen de políticas internacionales o de globalizaciones o de Agendas 20/30, todos preferiríamos que, puestos ya a perder el tiempo, nos contasen qué es lo que está pasando con la cesta de la compra, con el precio de la gasolina o con las listas de espera sanitarias por poner unos ejemplos, que estas sí que son cosillas que aunque a ellos no se lo parezca, tienen mucho más interés para los ciudadanos.
Y como será esto al final del debate, los encuestados que siguieron el pleno consideraron que solo un 16% de las propuestas recogidas fueron propuestas encaminadas a solucionar los problemas en los que el país se ve inmerso, mientras que otro casi 67% del tiempo sus señorías lo dedicaron a criticar, reprochar, y declarar a los cuatro vientos que, entre otras cosas ellos, a más de siempre razón, tienen de sí mismos una opinión muy difícil de mejorar.
Y así fue aquello: subir, bajar, bajar, subir, protestar, contradecir, objetar y rebatir. Siempre igual. Siempre lo mismo. Solo una cosa cambia... el agua del vasito del que todos beben. Que no es poco para sus señorías. Hasta el domingo que viene, si Dios quiere, y ya saben, no tengan miedo.
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