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Cada poco me desayuno con alguna oferta irrechazable que me revela tal o cual dato de esta o aquella empresa. De la misma en que trabajo, sin ir más lejos, que también manda güevos (la oferta, digo). Ayer fueron tres informes por el precio de ... dos y hoy una rebaja del 50% en los siguientes diez pedidos. El caso es que esos datos que una firma privada se empeña en ofrecerme en plan chollo con lazo de colores no son otros que los que están a recaudo del Registro Mercantil, una oficina pública que depende de una dirección general de alto copete del Ministerio de Justicia. Son los mismos datos que obligan a todo empresario a pasar por caja para inscribirlos en esa suerte de Moleskine infinita y que, vuelve a mandar güevos, permiten lucrarse a la empresa que me asaeta a ofertas para sacar pasta por lo que debería ser de libre acceso para el público que tuviera interés. Como son de acceso abierto, libre y público en casi toda la Europa de la que tanto presumimos de formar parte. Este sí es un dato.
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