Una de las causas de que las políticas de diversidad e inclusión, esas que tanto desagradan a Trump y a las nuevas derechas, sean tan polémicas es que partimos de un marco equivocado que ofrece algunas ventajas iniciales a sus críticos. La peor manera de ... entender los debates relativos a las políticas de la identidad es interpretarlas como un combate entre quienes, por un lado, no tienen género, raza o nacionalidad y, por otro, quienes estarían obsesionados con todo ello.
El particularismo son siempre los otros; nosotros representamos lo universal porque los hombres carecemos de género, son los otros quienes tienen color y de Madrid al cielo. Cristalizan así una serie de asimetrías ventajistas porque quien cree tener de su lado la universalidad no puede entender que haya que ocuparse de cuestiones identitarias. En las pretensiones de universalidad hay siempre una posición particular conseguida mediante determinadas políticas de la identidad en el pasado, cuyo éxito consiste precisamente en que han dejado de ser advertidas y han consolidado una desigualdad.
Hay nacionalistas españoles que aseguran que no son nacionalistas y no parece molestarles mucho que la Constitución consagre el principio de integridad territorial y lo confíe al ejército, es decir, que sobre eso no se discute, mientras que los nacionalistas periféricos defienden que la cuestión nacional esté sujeta a la libre decisión de la ciudadanía. Es el 'no nacionalismo' proclamado por algunos nacionalistas que simplemente la tienen más grande el que considera innecesario ser feminista porque ya se darían las condiciones para que las mujeres verdaderamente valiosas accedan al poder, la autopercepción como no racista de quien disfruta de la cara más amable de la diversidad cultural y los trabajadores baratos, pero asegura que hay demasiados migrantes.
Cristalizan asimetrías ventajistas, porque quien cree tener de su lado la universalidad no entiende que haya que ocuparse de cuestiones identitarias
La sociedad mayoritaria tiene grandes dificultades para reconocer las desigualdades estructurales, sobre todo porque esa perspectiva mayoritaria se concibe como una posición universal y neutra; no es capaz de reconocer la particularidad de la propia posición e incluso se entiende a sí misma como carente de raza, género o nación. La crítica a las políticas de la diversidad se hace así desde una determinada posición que es lo suficientemente poderosa como para movilizar un arsenal retórico de grandes palabras (lo común, la nación no nacionalista, lo que ha sido siempre normal, la universalidad), con el fin de declarar esa posición particular (en materia de género, nación o lengua) como desinteresada y universal, tratando de bloquear así cualquier cuestionamiento o cambio significativo.
Más allá de esas histerias que separan, dicen, habría un verdadero pueblo sin color de piel, ni género que divida, sin pasado migratorio, más homogéneo y compacto de lo que realmente es, que solo mira por los intereses generales, compuesto de ciudadanos libres e iguales.
Ese tipo de universalismo solo sirve para estabilizar las hegemonías existentes. Decir que no hay que hacer diferencias entre hombres o mujeres y atender solo al mérito equivale de hecho a consolidar la exclusión de las mujeres; tratar a todos por igual allí donde hay estructuras sociales racistas consolida el racismo existente. Esa idea de que hay que hacer la política sin atender al género o a los colores ignora las discriminaciones a las que se enfrentan las mujeres o las minorías raciales y es por tanto una falsa forma de universalismo que tapa las injusticias existentes.
Estos planteamientos no son otra cosa que falsas universalizaciones, naturalización de los privilegios, bloqueo del examen de posibles alternativas. El hecho de que ciertas concepciones de la objetividad y la universalidad beneficien a los privilegiados es precisamente lo que hace necesarias las políticas de la identidad.
La exclusión y marginación afectan a grupos y situaciones particulares, pero se descubre cuando esa situación es examinada con criterios universales. Las políticas de la identidad aspiran a hacer efectiva la igualdad de todos; su referencia a los valores universales de la igualdad y la libertad es lo que posibilita ir más allá de la particularidad sin disolverla, dado que lo universal solo puede realizarse en situaciones sociales particulares. 'Black Lives Matter' o 'Me Too' son movimientos que surgen a partir de experiencias particulares de discriminación (muy amplias, pero no universales) y que no tendrían la fuerza que tienen sin una explícita apelación a valores universales. En los movimientos por los derechos civiles de los años 60 y 70 no se luchaba por la defensa de unos intereses particulares sino por modificar una sociedad regida por criterios de una determinada normalidad y con las reglas de juego mayoritarias.
Es una falsa igualdad aquella que se consigue poniendo sistemáticamente entre paréntesis todo tipo de diferencias. Se trata de un modelo basado en el supuesto de que para constituir al otro como igual tenemos que hacer tabla rasa de lo que nos distingue. Ese procedimiento de supresión de las diferencias ha sido indudablemente un factor de progreso en la ruptura con la sociedad del antiguo régimen, estructurada a base de ordenamientos de jerarquía y privilegios. Hay un momento de abstracción de las diferencias que resulta indispensable para pensarnos como semejantes, por encima y al margen de todo contexto. Pero el problema es saber si este procedimiento está en condiciones de gestionar el pluralismo de las sociedades contemporáneas.
Hay que volver a valorar las diferencias para avanzar en la lógica de la igualdad. Hoy la democracia debe renovarse desde los márgenes, incluyendo la pluralidad de las perspectivas que suelen ignorar quienes obtienen muchas ventajas de una igualdad meramente formal.
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