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No hay como una pandemia para probarnos a todos. Así, a lo bruto, esta época de exigencia máxima ha puesto a todo el mundo frente a un espejo de cuerpo entero. Y como siempre pasa, algunos salimos feos en él y otros no tanto.
La ... sanidad, los servicios sociales, las residencia de ancianos, son quienes más se han tenido que mirar en ese espejo durante estos meses. El aprobado era imposible, pero algunos se han acercado mucho al cero y otros lo han evitado con soltura.
Pero detrás de todos esos viene la educación. ¿Qué ha pasado con la educación riojana durante esta pandemia? Difícil pregunta, sin duda, sobre todo porque cada colegio, cada clase y cada profesor es un mundo. Pero uno es padre, y se relaciona con otros padres, así que se va haciendo una idea. Que es mía, por lo que tómenla en lo que vale y compárenla con la suya, a ver.
Mi primera impresión era que esto era imposible. Si a cualquier profesor le hubieras hablado en enero de mantener contacto, evaluación y actividad con todos y cada uno de sus alumnos en casa durante todo un trimestre, la repuesta hubiera sido unánime: imposible.
Pero lo han hecho. Lo primero admirable ha sido el esfuerzo del profesorado como colectivo. Había maestros cuyo contacto con las nuevas tecnologías se reducía a hacer powerpoints, y sin florituras. Y de repente, todos han tenido que aprender a todo, a la vez que intentaban enseñar a sus alumnos que las cosas eran posibles. Quienes ya llevaban camino andado en esto de la tecnología lo han tenido algo más sencillo. Otros han cruzado un puente que no se salta de una zancada. Enhorabuena para ellos.
Ya, sé que el profesor de matemáticas de su hijo de usted no era tan fetén, y que el tipo se limitaba a poner unos ejercicios a la semana y mandar las correcciones para que usted mismo mirara lo que había hecho mal su hijo a la siguiente. Pero mi impresión es que ha tenido usted mala suerte. Eso no ha sido lo general. No sé si los profesores estaban incluidos en aquel añorado aplauso de las ocho, pero la mayoría deberían.
Porque esto, repito, era imposible. Imposible era que los padres, sobre todo los de los más pequeños, dedicaran una jornada laboral por crío (exagerando, pero no tanto) para ayudarle a salir adelante. Sobre todo porque la exigencia de 'deberes' había cambiado: mis hijos no han hecho tanto trabajo de investigación, tanto genially, tanto vídeo, nunca. Y sinceramente, eso también me gusta.
Ojalá de este imposible hecho posible a trancas y barrancas y con mucho sudor se extraigan conclusiones. Quizá que se puede trabajar con los niños de otra manera, y hacerles trabajar a ellos de otra manera. Que la tecnología está ahí y que la desigualdad, ojo, también.
Y ojalá de este lío de trimestre la consejería de Luis Cacho saque otra conclusión: que está bien tener objetivos ideológicos para la educación, porque al fin y al cabo para eso uno se presenta a las elecciones, pero que igual empeñarse en sacarlos adelante en plena tormenta no era la mejor de las ideas posibles. O imposibles.
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