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Para mí, el Día de la Poesía -se celebró este jueves- es siempre el Día de El Cuervo; y la poesía, en general, una desinencia de Poe; o Poe un prefijo de poesía, como se prefiera, porque funciona en los dos sentidos. Es verdad ... que el Día de la Poesía se hace coincidir con la llegada de la estación primaveral, dando como a entender que la efusión lírica consiste en ese tipo de floración. De hecho, los 'juegos florales' y el hacer entrega de la 'flor natural' fueron, en España, durante décadas emblemas de una idea (oficial) de lo poético. Y el canto del poeta una especie de variación de la ornitología. La imagen de la poesía era la de un campo habitado por aves filarmónicas y adornado por una flora exuberante. Sin embargo, ya Rafael Azcona, poeta en primera instancia, reconocería públicamente que él nunca había oído cantar a un ruiseñor, por ejemplo. Ítem más, puso en boca de un personaje de Los ilusos, su novela sobre la difícil y deficitaria dedicación poética, una andanada implacable sobre la leyenda canora de la poesía. Le decía Manfredo, propietario de Hostal y capitalista, a Paco, el iluso: «Siempre a vueltas con los ruiseñores. ¿Qué pintan en la vida de las personas humanas los ruiseñores [...] A ver, coja usted a un ruiseñor, métalo en una jaula y, ¿qué pasa? Pues que se muere aunque le eche alpiste, porque un ruiseñor no es un canario. Usted que es poeta de esos, ¿ha oído alguna vez cantar a un ruiseñor? (...) Sin embargo, seguro que alguna vez le habrá dedicado algunos versos, ¡Diga, diga la verdad! [...] ¿Y dónde cantaba aquel ruiseñor que usted no había oído nunca? Porque si lo había metido en una jaula, el ruiseñor de cantar, nada. Ya estaría cadáver». Edgar Allan Poe -al que, por cierto, está dedicando la Universidad de La Rioja, un curso- tampoco había oído nunca ruiseñores, sino más bien un cuervo. Y lo había oído por dentro. Porque el cuervo lo tenía dentro. En cierto modo cadáver. Y sin primavera alrededor. El caso es que convirtió al córvido que le rondaba en un poema: en el poema. Más de Poe que nunca, lo de poema. Y también vino a demostrar con él que la musicalidad, que el 'canto' del verso, lejos de ser el producto de una esporulación, era el resultado de una ardua fábrica, de un taller personal extenuante. De una matemática del sonido. Y del sonido al sentido. Que no es -como se suele decir de la primavera- que el poema haya venido y nadie sepa cómo ha sido: sí, sí se sabe. Y se sabe, para desmentir cualquier bulo al respecto, que no hay ningún ruiseñor que te cante los versos al oído. El propio Poe -lo que nunca había hecho antes ningún otro poeta- reveló en un texto escrito de seguidas del poema y titulado Filosofía de la composición la ingeniería de cada una de sus sílabas. Hasta componer al cuervo, que apareció como personaje, como drama y como instrumento sonoro al final del trabajo, nunca antes. Nada se da por supuesto cuando se levanta un poema. Véase, en fin, leyendo este making-of, a un poeta a pie de obra, que no deambulando por un jardín en abril. Incluso aunque nada de lo que contara en él fuera cierto -o estuviera un pelín mistificado-, no dejaría de ser la Filosofía de la composición, por añadidura a El Cuervo, otra obra maestra de la poesía; o sea de la creación, que eso significa poesía, poiesis: producción, causa, creación. Curro, vaya, mucho curro. Y no puedo imaginar -volviendo al tema del día- un Día de la Poesía más propiamente dicho que aquel miércoles 29 de enero de 1845 en que El Cuervo salió a los quioscos. Como lo oyen: a los quioscos. No a las librerías, ni a las bibliotecas. Nunca más (perdón, por el chiste fácil, pero era aquí o en ninguna otra línea), nunca más en la historia de la prensa y de la poesía la gente ha hecho cola en un quiosco para comprar un poema y llevárselo a casa. ¿Conciben que esto pudiera suceder ahora, bajar por la mañana a por el pan y a por un poema? Pues esto sucedió con El Cuervo, en Nueya York, ese día. De la poesía, por excelencia. Los lectores agotaron los ejemplares del Evening Mirror, en cuya página cuatro venía desplegado el poema de Poe. Hoy, uno de esos ejemplares constituye un incunable del evangelio poético. Quizás fue utilizado para forrar el fondo de un cajón, o de papel secante bajo un tiesto. Y hasta uno de los editores del Evening, Nathaniel Parker Willis, le dedicó en portada un reclamo que es también en sí mismo una pieza de publicidad poética, cuando definía El Cuervo como poesía fugitiva, insuperable por su concepción sutil, plena de imaginación sustantiva, imborrable para la memoria y el bocado más exquisito que se pueda comer. Como el pan nuestro de cada día. De la Poesía.
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