Cualquier cambio encuentra resistencias pero lo cierto es que el aire nuevo oxigena el ambiente. El Gobierno de España ha sido renovado en plena ola de calor para disimular los sofocos que siempre producen las mudanzas, sobre todo a los que se van y a ... los que esperan. El relevo en algunas carteras estaba cantado pero hay que reconocer que otros han sido una sorpresa. Es un Gobierno con más impronta PSOE que deberá demostrar que ha entendido el mensaje de sus propios electores.

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La ciudadanía está muy cansada y decepcionada con la clase política en general y este golpe de timón de Pedro Sánchez busca sintonizar de nuevo con ella. Además de la vacuna contra el virus, necesitamos una vacuna contra la desesperanza, el hastío y la amargura que produce ver cómo nuestros líderes no se ponen de acuerdo en nada aunque esté ardiendo el país. Lo peor es que va para largo. Se ha impuesto una forma de hacer política tan frívola y vacía que solo alimenta decepciones. Algunos insisten en invocar la Constitución del 78 para no colaborar en nada. Es paradójico sabiendo que es fruto del mayor consenso político y social jamás alcanzado en esta España. El no a todo comienza a resultar emocionalmente agotador en unas circunstancias que lo han cambiado todo menos la política.

El Gobierno, asfixiado por la gestión cotidiana de la pandemia global y por las urgencias sociales y políticas del día a día, está obligado no solo a darnos esperanza sino a poner los pilares de un futuro con menor incertidumbre. No solo estamos hartos sino que sabemos que es preciso afrontar retos nuevos porque es urgente lanzar un salvavidas social, sobre todo a las nuevas generaciones que viven entre el desaliento y la desconfianza mientras esperan que el rojo de las prohibiciones y la precariedad laboral cambie a verde. El tiempo dirá si estos cambios gubernamentales son un acierto. Su reto es impulsar los cambios, cíclicamente prometidos y aplazados, con la ayuda de los fondos europeos.

Sonrío escuchando a Casado y a Arrimadas pidiendo a Sánchez que se vaya antes de que se rompa España o se produzca un cambio de régimen. Yo no sé muchas cosas, es verdad, pero como hija de la Transición sé, al menos, dos. La primera, que España estuvo a punto de romperse en 2017 cuando gobernaba el presidente Rajoy. La segunda, que esto no es Rusia ni Venezuela sino Europa. Y que la reforma constitucional que entrañaría un cambio de régimen debe ser aprobada por una mayoría de tres quintos de cada una de las Cámaras. Deberían renovar el discurso sin repetirse tanto. Porque, como diría León Felipe, «...he visto: / que la cuna del hombre la mecen con cuentos, que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, /... y que el miedo del hombre... / ha inventado todos los cuentos».

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Mensaje a todos: ¡no nos cuenten más cuentos!

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