El cuento de nunca acabar
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Sinceramente, creo que no tenemos remedio. Estamos creando un mundo tan egoísta que obliga a explicar lo evidente porque vivimos en un páramo de principios morales. Una vez depositado en la basura el sentido común, solo yo soy importante. A los demás, que los zurzan. ... Si además el otro es pobre, negro y viaja en patera, que se hunda no me concierne y, sobre todo, que no me entere del naufragio. No vaya a ser que me sirvan el cadáver en el telediario a la hora de comer y me siente mal el gazpacho. ¡Que estos periodistas no tienen consideración con los que trabajamos para sacar este país adelante!
La historia del buque Open Arms con 151 personas a bordo, rescatadas ante el riesgo de naufragio de sus embarcaciones frente a las costas de Libia, de donde escaparon tras sufrir múltiples vejaciones, se repite. Es como el cuento de nunca acabar, cada poco tiempo la terrible historia vuelve a empezar. Lleva días frente a las costas italianas sin que el mago Salvini les permita desembarcar y sin que ningún gobierno europeo haya movido un dedo para auxiliar a quienes solo piden un trato humanitario. Europa lleva años eludiendo el problema, ignorar la realidad exime de adoptar decisiones. Años llevamos escuchando que van a abordar el problema. Cientos de reuniones y años sin soluciones. De la ONU, ni hablamos porque parece que no existe.
Veo las redes sociales, leo algunos discursos y las opiniones que se difunden y es cuando me reitero en la opinión: no tenemos remedio. Es como si se nos hubiera encogido el cerebro de tanto escuchar sandeces. Va el actor Richard Gere a entregar alimentos al Open Arms y los listos le responden que se los lleve a su casa que para eso es millonario, que menos postureo. Son los que creen que el Estado no está para garantizar la igualdad, para solidarizarse en el reparto de recursos, para ofrecer servicios públicos de calidad a todos. Consideran al Estado un depredador de sus impuestos pero cuando les pasa algo a ellos o a sus familias quieren el mejor cirujano, el mejor hospital y si hay que darles el tratamiento más caro, que se lo pague el Estado.
Llegan mafiosos organizados con la billetera repleta, se compran un casoplón, conducen un cochazo y nos parecen un encanto. Se dedican al tráfico de drogas, a la explotación sexual de mujeres o al tráfico ilegal de lo que sea pero, yo no tengo por qué meterme, huelen a Dolce Gabbana y sonríen cuando se cruzan contigo. Además, siempre es mejor que te regalen una sonrisa a que te pidan una limosna. Que a veces hasta se la das para mantener lejos la mugre que transporta el pordiosero, qué vaya usted a saber si tiene papeles o es un delincuente, que ya se sabe que la mayoría viene a robar y cobrar subvenciones. Que ya me he enterado, de buena tinta, que viven todos del cuento y sin trabajar. Y los demás a currar...
Pues nada, si se cuestiona algo tan básico como recoger un náufrago, como impedir que alguien muera en alta mar, es que nuestra brújula como seres humanos ha perdido el norte. La otra alternativa es sencilla, entregarlos al mar, dejar que los devoren las aguas lejos de nuestros ojos para que no agiten nuestras conciencias. Al rescatarlos las organizaciones humanitarias no solo hacen lo que debieran hacer los estados sino que abofetean nuestras conciencias como seres humanos. Europa y los países que la integran no pueden seguir dilatando las soluciones a un problema humanitario tan grave. El discurso de Salvini y la constatación de que consigue apoyo popular con sus exabruptos está rompiendo las reglas básicas de una sociedad que olvida que lo inmoral es indigno por muchas vueltas que se le dé.
Menos mal que al menos un juez ha aplicado la ley y el sentido común. Tras días de desesperación a bordo, el Open Arms ha puesto rumbo a Lampedusa para enfado de Salvini y satisfacción de una población europea que no quiere una Europa que ignora los cadáveres que su política ha enterrado en el Mediterráneo.
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