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En Legazpi, el tipo saltó al interior del vagón del Metro cuando casi estaba a punto de arrancar porque se había distraído en el andén hablando por el móvil. Una vez dentro, aún prolongó unos segundos la conversación hasta que se le oyó despedirse con ... un «pues venga, tío, en cuanto vuelvas de Zahara de los Atunes ya quedamos y hablamos, que ahora tengo aquí lío». Vestía bermudas, un polo club con los cuellos subidos y unos náuticos. El iphone era un 13, como poco. Al cabo de unos segundos, se quitó la mascarilla del codo y se la embozó, avanzando hacia la mitad del vagón. Tras calentar la voz, se dirigió al resto de los viajeros: «Buenos días y perdonen, ¿eh? No es mi intención molestar, pero me encuentro en una situación desesperada que me ha llevado a este punto. Verán: soy uno de los afectados por la denominada Renta Alta. Por lo visto hay un barómetro que me ubica, sí «ubicados» se dice, en la población de Renta Alta; incluso para mayor drama, tirando hacia muy alta. Les aseguro que lo he intentado todo antes de lanzarme a la calle. He probado con Instagram; en Preciados me pongo a tiro de cualquier reportero de televisión y llamo a los programas para entrar en directo, con Risto estuve a punto de entrar. Hasta he hecho un tik-tok con mi sobrina, que es influencer, es un rap, igual lo han visto, si se meten en la aplicación. Busquen «SOSubicados». Lo han visitado ya unas diez mil personas, pero todo ha resultado inútil y ya no puedo más. Tengo cincuenta y cinco años para cincuenta y seis, llevo dos consorcios y soy padre de dos hijos. Y mi mujer ahora mismo está con el Covid. Se ha confinado en la casa de la sierra. Lo de la Renta Alta es una desgracia que no le deseo a ninguno de ustedes, de verdad se lo digo. A partir de una cantidad, el poder adquisitivo es una pesadilla, la mía ha crecido casi un 18% desde hace tres años y es terrible. Conozco casos en que aún les han subido más, pero que no se atreven a decirlo porque temen ser marginados. No sé si han leído el último informe sobre Exclusión y Riqueza que ha hecho la Fundación Plimcaxa. Es desolador. Mientras a los pobres la renta les ha bajado más de veinte puntos en los últimos tiempos, a mí me sigue subiendo, como la fiebre. Eso por no hablarles del nivel ingresos anuales, que eso sube, si te descuidas, como el azúcar. Y es fatal. De hecho, mis asesores fiscales ya me lo han advertido: «te ha aumentado el nivel de ingresos muy por encima de lo tolerable, cuídatelo». ¿Pero y cómo te lo cuidas? Hasta la clase media, que yo la veo a lo lejos en los días claros, desde mi ventana, pues van tirando, con sus altibajos y sus cosas, pero con unos indicadores asumibles, que en los análisis te sale todo muy bien. Yo... me siento muy excluido. La Comunidad, por ejemplo, nos ha dado una ayudita, una beca para este año que viene de la que se beneficiará la pequeña, y gracias a Dios porque el liceo es súper caro, pero aun así no nos llega, porque al mayor lo tengo en Columbia, en un Master of Bussines Premium de empresas On Line. Y sólo por hablar de la educación de los hijos. Sin entrar en otros gastos. Y esto, claro, tiene un coste social. Ahora mismo, a nosotros nos hacen bullying en la piscina, nuestros propios vecinos. Fíjense a dónde me he venido a contar lo mío, a la línea del Circular, tan gris y alejada de mi línea; y en concreto al Chinatown madrileño, por ver si encuentro entre ustedes algo de comprensión. Nos haría falta, en fin, una red de apoyo familiar, ¿no creen? Quizá un bono de comida». Estábamos llegando a Usera, la siguiente parada, y el tipo iba concluyendo: «Pues gracias por escucharme. Que pasen buen día. Y que no tengan que pasar por lo que yo y mi familia estamos pasando». Ya urgido por la llegada inmediata, advirtió que no aceptaba metálico. Sacó un datáfono y lo fue pasando. Una viajera, china, del barrio, le preguntó si podía hacerle un Bizum, y le dijo que sí, pero a partir de diez euros. Con aquellos que le daban algo se hacía una selfie y hasta les entregaba resguardo de la operación. Fue un éxito.
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