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La primera vez que le disparó a una becada fue con la escopeta de su padre. Estaban cruzando un arroyito semiseco que entre zarzas y jaras bajaba por lo de San Juan del Espino, cuando 'el Ori', un setter laberak que su primo Iñaki les ... había traído de Bilbao, se clavó a la entrada de un cantarral. Solo le hizo falta un cartuchazo para bajar el pájaro al suelo. Todavía lo recuerda como si fuera ayer.
A medida que los años y las piernas le fueron quitando del monte, él se fue refugiando en el páramo y en la patirroja. Primero a rabo, en ojeo después.
– Eso de los ojeos me parece a mí más de tiradores que de cazadores.
– No creas, que la cosa tiene su gracia.
– Su gracia, su gracia. De seguir así no vais a dejar ni goloritos.
De todas las formas, y aunque nadie se lo dijera, él ya sabía que algo raro estaba pasando. Cada vez había menos caza, eso estaba claro. Hacía un par de semanas que había bajado a Barcelona en su coche y ni en la bajada ni en la subida, fuera de cuatro picarazas y media docena de tordos, había visto volar un pájaro con fundamento.
Y ocurrió que animado por uno de sus amigos, el tercer domingo de noviembre cogió un puesto en un ojeo que iba a darse en una finca llamada 'El Lumbreral'. Había salido un buen día y los ojeadores estaban en sus puestos desde primera hora de la mañana. Sin acabar todavía de desayunar llegaron los primeros coches para repartir a los cazadores por los puestos. Estaba esperanzado. Pensaban dar cinco ojeos y a él, en ese primero, le había tocado de semicentro.
Colocado ya en su puesto y mientras su secretario le preparaba las gemelas, se fijó en el cazadero que se abría ante sus ojos. Era una especie de interminable barbecho en cuya parte central se levantaba una mancha de monte bajo. Nada más.
Empezado el primer ojeo vio cómo de la mancha salían dos o tres pájaros perdiz. Luego se paró. En la distancia se veía apeonar a las patirrojas remisas a levantar el vuelo. Al rato fueron llegando los ojeadores y pateando la mancha, corrieron a bastonazos a las perdices hasta hacerlas revolotear por encima de sus cabezas.
Fue el último ojeo al que asistió en su vida. Después del 'taco' avisó que dejaba vacío el puesto. A la vuelta, regaló las gemelas a su ahijado y desde entonces no ha vuelto a cazar. Ni a ojeo. Ni a rabo.
– Cada vez queda menos caza; en mis tiempos, en mis tiempos sí que se hacían buenas perchas, pero entre todos la matamos y ella sola se murió,
Nota de prensa. En el coto social de Ribavellosa se ha celebrado el campeonato autonómico de la Caza de la Becada. El ganador del campeonato ha sido el único en capturar una becada.
Entre todos la mataron... Hasta el domingo que viene, si Dios quiere, y ya saben, no tengan miedo.
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