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En 1991, un año ordinario con González en Moncloa, salieron adelante 13 leyes orgánicas, 31 leyes ordinarias, 5 decretos-leyes y un real decreto legislativo. En 2003, un año normal de la etapa de Aznar en el Gobierno, se aprobaron 20 Leyes Orgánicas, 62 Leyes ... ordinarias, 7 decretos-leyes... En los últimos cuatro años, desde 2016 hasta hoy, la producción legislativa ha sido tan escuálida que produce sorpresa reseñarla: en 2016, se aprobaron dos leyes orgánicas, ninguna ley ordinaria y 7 decretos-leyes; en 2017, una ley orgánica, 12 leyes ordinarias y 21 decretos-leyes. En 2018, 5 leyes orgánicas, 11 leyes ordinarias, 28 decretos-leyes. En lo que llevamos de 2019, se han aprobado 3 leyes orgánicas, 5 ordinarias y 10 decretos-leyes. En un solo ejercicio de la larga etapa de normalidad, se legisló más que en los cuatro años posteriores a las elecciones generales de diciembre de 2015. El país está evidentemente paralizado en materia legislativa.
Pese a la evidente inestabilidad política -nos estamos planteando la posibilidad de celebrar en noviembre las cuartas elecciones generales en cuatro años-, este país, dotado de una potente sociedad civil, sale adelante, con resultados macroeconómicos mejores que los promedios europeos. Y algún cínico dice incluso que esta buena salud económica se debe precisamente a que no hay una clase política que interfiera en la espontaneidad del mercado. Lo cierto es, sin embargo, que podríamos estar mejor, con tasas de crecimiento todavía mayores, si tuviéramos estabilidad; que la imposibilidad de elaborar unos nuevos presupuestos nos impide aprovechar ciertas oportunidades; que la parálisis legislativa consagra determinadas situaciones de injusticia -la reforma de la financiación autonómica es una necesidad urgente-; y que estamos dejando deteriorar instituciones, como la Seguridad Social, en una dejación que nos pasará factura. Algunos optimistas de esos que siempre ven el vaso medio lleno nos consuelan con el argumento de que hay países, como Bélgica, todavía más inestables que el nuestro, y allá la inestabilidad crónica ya forma parte del paisaje. Pero a estos hay que responderles que también hay países como Holanda o Dinamarca, en los que sucede todo lo contrario, y por ello tienen niveles de renta y de riqueza superiores al nuestro.
Lo cierto es que esta sociedad, que supo erigir un régimen constitucional magnífico y que lo ha desarrollado con soltura durante casi cuatro décadas, está en un callejón sin salida que dura ya cuatro años y que no tiene visos de resolverse de inmediato. En estas circunstancias, cuando acaba de fracasar una investidura y vuelven a manejarse hipótesis de nuevas elecciones, es difícil de entender que la clase política cierre la tienda y se vaya de vacaciones en agosto. Está muy bien que los servidores públicos disfruten de su preceptivo descanso laboral, pero queda la duda de si quienes acaban de fracasar y hacen como si nada ocurriera han entendido lo que está pasando.
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