Sábado | Vacuna

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Mis padres tienen un cuaderno para las partidas de chinchón que echan a solas desde que empezó el COVID. Cada tarde llenan una página con los apretados números de mi padre; antes ponía abajo del todo el resultado final del día, pero hace meses que ... ya no lo hace, porque gana casi invariablemente él. La omisión me parece tierna, pero la repetición del ganador se me hace sospechosa, aunque ella diga que nunca le deja ganar. No sé, el ego de los hombres siempre ha sido un asunto mucho más delicado de lo que nos gusta aparentar, una flor necesitada de riego diario.

El caso es que esta semana que termina se les ha acabado el cuaderno. Cientos de días, miles de partidas, la contabilidad extraña de una pandemia.

«Iba a tirarlo», me decía ayer mi madre, «pero me da pena». Hablábamos a un felpudo de distancia, como en los últimos meses. Nosotros en el descansillo, ellos dentro, no celebrando el segundo cumpleaños de mi padre desde que empezó todo esto. Los 80 y los 81 años, demasiado tiempo. Éstas del descansillo son citas agridulces, en las que el miedo (el suyo, pero también el nuestro) lucha con las ganas de tocarnos. Casi siempre gana, el muy cabrón, y los abrazos son al vacío, a dos metros. Alguna lágrima se queda colgando por ahí, después.

Pero esta semana, mientras ellos empezaban su nuevo cuaderno, Salud anunciaba que les toca vacunarse, que por fin los logroñeses nacidos antes de 1941 recibirán el pinchazo. Y yo regalándole a mi viejo un libro de zarzuela, ya ves tú.

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No es posible exagerar la importancia de todo esto. Las más de 700 muertes que lleva el COVID en La Rioja en poco más de un año iban a ser miles, pero resulta que hemos inventado una vacuna. O varias. Y aunque hay tantas cosas que han pasado en esta pandemia que son para perder la fe en el ser humano, ésta al menos es de las buenas. La confianza en que el ingenio hecho ciencia de este mono bajado del árbol es capaz de hacer milagros. Los panes y los peces son de aficionado, en comparación.

Como miles de riojanos, mis padres nunca han necesitado más de la eficacia y de la organización de quienes mandan. Ahí están, esperando pacientemente su turno, mientras mi padre sigue ganando casi cada tarde.

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O eso dice el cuaderno, quién soy yo para contradecirle.

Jueves | Parlamento

Política tonta

Triunfar en política es una cosa para la que necesariamente se precisa inteligencia. Quienes están por ahí arriba rara vez son necios del todo, aunque a veces se esfuercen en disimularlo. Por eso, cuando la cosa pública se rebaja a los niveles de mensaje que estamos viendo últimamente, no es porque quienes lo emiten se hayan vuelto simples de golpe. Es que creen o esperan que quienes van a escucharles sí que lo son, y que, por tanto, esos argumentos sin media ostia van a funcionarles.

El argumentario pueril siempre ha tenido una fábrica privilegiada en Madrid, la capital del reino y de los frentes irredentos. Pero la cosa irradia. Carretera de Soria arriba nos llegan hasta el pueblo, y ya en nuestro parlamento se oye ese extrañísimo «comunismo o libertad» (la última vez que España vio un comunista de verdad mi abuelo era mozo), mientras en la calle, como en Madrid, hay quien sigue apelando a «parar al fascismo».

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Son frases de cartelería de 1936, sin sentido alguno en la España de 2021. Más allá del que le dan quienes las perpetran, claro: aprovecharse de los réditos de esta política tan tonta.

Martes | Madrid

Andreu de ministerios

La presidenta Andreu se ha pasado varios días de esta semana de despacho en despacho por Madrid. Las citas serían previas, claro, pero se le agriaron cuando se supo, por los titulares de este periódico, que los planes de ayudas directas del gobierno de Sánchez dejaban fuera cosas con cierto peso en esta tierra: el vino, el calzado. No sé si les suenan. A media semana, la presidenta se comprometía a seguir de alfombra en alfombra exigiendo que esa situación cambie. Consciente, supongo, de que así de paso se ponía un listón y una manera sencilla de medir su capacidad de conseguir en la capital del reino. Cuestión de esperar y ver.

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