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Entre el estilete del jurado nº 8 y la faca de Curro Jiménez, a ambos lados del final del franquismo, el uno en la televisión en blanco y negro y la otra en la de palcolor, nos quedamos como mariposas alfileteadas a la pantalla los ... que por entonces, entre 1973 y 1976, fuimos de los doce a los quince. Este martes de rebrotes, TVE reprodujo, supongo que una coincidencia, aquel cruce de navajas. A mediodía se iniciaba la reposición de Curro Jiménez –cuando las series no tenían plataforma ni causaban febrilidad– y por la noche se programó el doblete de Doce hombres sin piedad, la versión de Sidney Lumet para los cines y la de Gustavo Pérez Puig para 'Estudio-1'. La americana en prime-time y la nuestra después de la medianoche, para volver a quitarnos el sueño. Con todo el elenco resucitado, en el cénit de su vida actoral. Como si fuera, de nuevo, la mismísima noche del viernes 16 de marzo de 1973 en la que Rodero se sacó la navaja de la manga y nos cortó la respiración. Y la emisión en dos partes, antes de ir al intermedio. Nuestra memoria presenta el mismo estado de conservación que la cinta de video tape en que se grabó aquel dramático: un claroscuro algo rayado, trasparente por momentos. En él salía también Sancho Gracia, en una vida anterior a Curro Jiménez, con el nº 7 en el dorsal. Le costaría, por cierto, tres vueltas, abogar por un muchacho carne de cañón; algo que luego como Curro no hubiera dudado ni un segundo. TVE emitió el martes el primer capitulo de la serie, que no debí ver en su momento, el 22 de diciembre de 1976, pero sí el otro día, por casualidad. Y descubrí con muchísimo retraso el origen de la leyenda. Fue como si un familiar te revelara, al cabo de los años, algo de su vida que nunca supiste. Y yo no sabía que Curro Jiménez, al que ya conocí echado al monte, era hijo del barquero de Cantillana (Sevilla). Y que al morir su padre heredó el empleo y la barca, que sin embargo pronto le serían arrebatados por unos señoritos de la localidad, que lo apalizan y le quieren, de paso, levantar a su novia, Luisa, la bella Pilar Velázquez. Y que de resultas, Curro se los carga. Se inviste de bandolero con trabuco, faja y rocín, que tampoco recordaba yo se llamaba 'Silencio'. Se despide de su madre, María (Lola Lemos, hermana, sí, del jurado nº 9), y sale de Cantillana ya convertido en Curro Jiménez, galopando la sintonía de Waldo de los Ríos, en busca de cuadrilla y con cincuenta y dos entregas por delante. Hay un momento, de los primeros de furia vengativa, en el que acorrala a un carabinero. Se tienta la navaja, teniendo que decidir en ese instante si va a ser un asesino o solo Curro Jiménez. Y se guarda la navaja. Los doce del 'Estudio-1' no tenían nombre. Solo el artístico. Así que entran en la sala cada cual respaldado por su repertorio, por su rostro. Y antes de que digan una palabra, ya sabemos cómo son, qué piensan y hasta su intención de voto. Minuto 2'12«: golpe de guitarra de La casa del sol naciente y comienza el partido. Ésta es la alineación. La de mi equipo de la televisión, del teatro, de la emoción: Puente (fumando, un punto mad men, cabeza de mesa), Osinaga (amedrantado, esconde los puños en las mangas de la americana), Bódalo (oscuro, conteniendo la violencia, sabremos que respira por la herida), Prendes (leyendo el tabloide, como si nada), Aleixandre (como si le doliera algo, quizás cansancio, resuelve con la pipa; rara, desproporcionada esa pipa en Aleixandre), Casal (manos en los bolsillos, se dobla la chaqueta sobre el brazo, un poco Plinio) Gracia (clava a Jack Warden en la película; impaciente por irse al baseball, se estira, bosteza: viene aburrido del juicio) Rodero (grave, concernido, arquitecto, dispuesto a prolongar la función dos actos), Lemos (atildado, quizás peluquín, le cuesta entrar), Merlo (quitándose los mocos, un catarro de verano, enfadoso), Delgado (se afloja la corbata, le ahoga; es Fernando Delgado: grandote, tristón) y Alonso (traje Panamá, un poco perdido). Y Lespe en la puerta (o sea: detrás de la puerta, una sombra). Minuto 34'43«: Rodero hinca la navaja. Pues sí, había otras navajas idénticas a la del crimen, en el mismo barrio del muchacho acusado. De hecho, era menos probable el que hubiera solo una. El nº 8 lo demuestra: esta es otra, comprada en una casa de empeños a dos manzanas de donde vive el chaval, dos dólares. Era, claro, una navaja de Okham. Y aquella tele nos puso para siempre al filo.
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