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A las 12.00 de la Nochevieja sentí alivio. Incluso creí escuchar el deseado portazo que cerraba el 2020, el año que hirió nuestra arrogancia con un diminuto virus, un cíclico recordatorio de otras pestes que regresan para que no olvidemos lo que somos frente ... a la naturaleza. Les confieso que me tomé las uvas con los dedos cruzados, nunca se sabe donde se esconden los nuevos (o viejos) ciclones que nos arrollarán este 2021. ¡Que sea mejor!, nos deseamos. Aunque no sepamos muy bien lo que «mejor» significa. Siempre hay un pequeño porcentaje que mejora en la desgracia. Empeora, por contra, un número cada vez más creciente de habitantes del planeta que absorbe el infortunio como un imán predestinado a atraer el hierro.
Es innegable que la vacuna es una esperanza, un alivio que demuestra la importancia de la ciencia y de la investigación. Algo que solo recordamos cuando acucia el miedo y la enfermedad aterra. Entonces todos pedimos dinero para investigación, nos lamentamos de haber perdido muchos jóvenes científicos y añoramos que vuelvan, pero la precariedad que ofrecemos no incentiva su regreso. Así que volvemos a invertir en fuegos artificiales, ¡son tan bonitos! Pese a todo creo que la vacuna hará que levantemos cabeza pero hay cosas que dudo que se curen. Y, fíjense, para este remedio no hace falta inversión, sino talante, voluntad, unas gotas de respeto y un toque de sabiduría.
En España durante la pandemia ha florecido un bosque tupido de decepción. Todos creímos, o al menos la mayoría, que ante una emergencia inesperada y desconocida nuestros representantes estarían, por primera vez en mucho tiempo, unidos frente a ella. Pues ya lo ven, cada rato una tontada nueva.
La política siempre ha sido un terreno en el que las intrigas, el cálculo interesado y las miserias crecen como la mala hierba. Esto no es ninguna novedad, lo asombroso es que se está llegando al más bajo escalón en la calidad de su ejercicio. La pandemia ha sido una desgracia cuyas dimensiones todavía no podemos valorar pero ha servido para mostrarnos algo que nos negábamos a ver, el exceso de mezquindad como práctica política parece no tener límites y si me lo permiten tampoco tiene perdón. Un debate hosco, vulgar, insultante, grosero y ausente de argumentos se ha instalado como si fuera normal ir por la calle buscándole la boca al vecino para acabar en una pelea que no lleva sino al hospital. Así que parece que estamos todo el día en la fila de las Urgencias del hospital de campaña en que han convertido parlamentos e instituciones. No se compite para ver quien aporta la mejor idea o la solución más conveniente sino a ver quien suelta la mayor simpleza. De corazón, feliz 2021 y el deseo sincero de que con la vacuna les inoculen a algunos «un poquito de por favor», que ya les vale.
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