El año trascurrido desde la crisis intestina que en estas mismas fechas de 2022 situó al PP al borde del hundimiento ha permitido echar la vista atrás a una convulsión que acabó con una decisión tan drástica como el relevo del hasta entonces presidente del ... partido, Pablo Casado, por Alberto Núñez Feijóo y que también sirvió para calibrar la proyección que pueden tener las sacudidas partidarias en un entorno comunicativo desnudado al minuto. Es verdad que ni siquiera la batalla interna de 2008, que Mariano Rajoy logró salvar en el muy tenso congreso de Valencia y, después, con la recuperación del Gobierno para los populares, pareció tan virulenta, tan inclemente, como la protagonizada por Casado y la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, con acusaciones cruzadas tan graves como las de tráfico de influencias y espionaje ilegal. Pero la retransmisión casi en vivo y en directo del cisma, algo que ya había tenido una suerte de precuela en la traumática renuncia de Pedro Sánchez como líder del PSOE en el comité federal del 1 de octubre de 2016, evidenció tanto un modo de hacer política –mala política– como de contarla y transmitirla particularmente nocivos para la calidad de una democracia que se sustenta, aún y en buena medida, en la solvencia e integridad de los partidos en los que los ciudadados depositan la confianza de su voto. Ni aquellos que vean a sus siglas inmersas en cuitas de familia ni sus rivales en cada momento, cada uno desde su responsabilidad puntual, deberían olvidar que la salud de nuestro modelo de participación y representación pende de la probidad y correcto funcionamiento de las organizaciones de poder que lo integran.
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De ahí que el reto hace un año del sobrevenido liderazgo de Núñez Feijóo no pasara solo por zanjar una crisis que amenazaba con desangrar al partido que ha gobernado 15 años España y que sigue conformando, junto al PSOE, el andamiaje de la política nacional. También pasaba por restañar heridas normalizando de nuevo la convivencia interna, por limpiar comportamientos de puertas hacia dentro en tanto estos pudieran dañar el gobierno de las instituciones y por recomponer al PP como alternativa en un pais diverso y plural. El recuerdo de la catástrofe a la que se asomaron los populares hace doce meses ha de constituir así una advertencia inolvidable y obligada para Feijóo y los suyos de todo lo que debe evitarse, ahora que las expectativas electorales les sonríen.
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