La Asamblea General de la ONU, convocada inicialmente este año en torno a las lecciones de la pandemia y a la emergencia climática, se ha encontrado con un panorama de inusitada tensión en las relaciones internacionales. Tensión reflejada en el fiasco tras veinte años de ... intervención de los aliados occidentales en Afganistán, la conformación de la entente entre EE UU, Gran Bretaña y Australia frente al hegemonismo de China en Asia-Pacífico y el consiguiente orillamiento de la UE en el nuevo escenario. Las graves advertencias del secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, quien llegó a afirmar que «nuestro mundo nunca ha estado más amenazado o dividido» al referirse también a las profundas desigualdades, al abismo intergeneracional, a la desconfianza y desinformación que polariza a los seres humanos, avanzan un diagnóstico y un desafío insoslayables para todas las instancias de poder o influencia del mundo. Pero son retos que no pueden afrontarse mediante una sucesión de discursos de tres minutos por parte de los mandatarios nacionales, la mayoría de ellos en vídeo a causa del covid y para evitar la huella de carbono de los vuelos presidenciales. Sobre todo, cuando la autoridad moral de la ONU no alcanza a convertirse ni en una referencia disuasoria para el comportamiento de gobiernos, empresas y grupos de presión, ni en una fuente de criterio alternativo para las sociedades informadas.

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El encuentro virtual de Nueva York ha permitido escuchar al presidente estadounidense Joe Biden que su administración «no busca una nueva 'guerra fría'» y a Xi Jinping anunciar que China no continuará financiando plantas de carbón en el resto del mundo. Compromisos solemnes y positivos que eluden el emplazamiento de Guterres. Mientras, la negativa a conceder la palabra al régimen talibán queda como un signo ineludible de dignidad universalista. La utilización de los tres minutos en la ONU como un recurso de trámite o para uso doméstico de los mandatarios constriñe aún más la relevancia de lo que allí ocurre, cuando es evidente que los gobiernos nacionales no se muestran capaces de responder a sus respectivas obligaciones en el contexto global. Tampoco hacía falta que Pedro Sánchez se dirigiera a los españoles desde la sede de Naciones Unidas. Lo relevante es que haga uso de su puesto en el Consejo Europeo para que la Unión y sus valores encuentren sitio frente a los males del mundo descritos por Guterres.

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