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La entrada en la OTAN solicitada al unísono por Suecia y Finlandia es consecuencia directa de la agresión del régimen de Vladímir Putin contra Ucrania, una amenaza que han decidido afrontar junto a las demás democracias dejando atrás un neutralismo de décadas que el Kremlin ... ha vuelto imposible. Los partidos representativos y la opinión pública de los dos países nórdicos han reaccionado en consecuencia tras años de colaboración con la Alianza Atlántica sin esperar a que la estrategia de defensa de la UE adquiera entidad propia. La organización –y España como uno de sus socios– no solo tiene la obligación de atender la doble petición garantizando la seguridad de quienes la formulan en los términos del artículo 5 de su tratado durante el tiempo preciso para su integración efectiva. Tiene además la necesidad para con los ciudadanos de ampliarse por un flanco tan sensible como la frontera con Rusia desde el Báltico al Ártico.
Aunque tan significativo como eso es que con la entrada de Finlandia y de Suecia se refuerza el carácter democrático de la OTAN frente a los regímenes autoritarios que apadrina, secunda o promueve Putin. La ampliación representa un contrapunto para socios como Turquía o Hungría, y también para gobiernos tan comprometidos con Ucrania como el de Polonia. Las reservas expuestas por el régimen de Recep Tayip Erdogan responden a algo más que a un momento de oportunidad para hacer valer su posición geoestratégica o a la incomodidad de encontrarse en el foro atlántico con un país de acogida, como Suecia, hacia quienes alegan verse perseguidos en Turquía. Erdogan se adelanta a la confrontación entre los dos extremos que solo pueden coexistir en la OTAN de manera crítica en cuanto a derechos humanos y libertades. Del mismo modo que la incorporación de Finlandia y Suecia desbarata los prejuicios de las izquierdas respecto a la actualidad de la Alianza, desmonta la pretensión de que en su seno puedan anidar con comodidad proyectos iliberales o populistas eventualmente receptivos a las intenciones de Moscú.
Mientras se formalizaba tal solicitud, Putin se reunió ayer con cinco mandatarios satélites de su Organización del Tratado de Seguridad Colectiva en una imagen elocuente por su patetismo. Seis autócratas en torno a una mesa ubicada en las antípodas del mundo libre, frente a Finlandia y Suecia sumando 32 países a este lado del muro que el Kremlin no acaba de levantar por la resistencia ucraniana.
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