Refiriéndose a la progresión galopante de la pandemia en La Rioja, su presidenta ha declarado que «no estamos ante una curva normal, sino ante un muro vertical de contagios». Duras palabras que expresan la realidad, porque si el muro fuese, no vamos a decir horizontal, ... verdad, porque entonces no sería un muro, pero siquiera un poco inclinado hacia el otro lado, hasta la curva más anormal tendría más fácil saltarlo. Pero, como todo buen muro que se precie, el de las víctimas riojanas del coronavirus es vertical, qué le vamos a hacer. Cosas de la epidemiología.

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El caso es que una estrecha relación entre la sinuosidad de las curvas y la verticalidad puede provocar situaciones muy embarazosas. Los árboles, por ejemplo, siempre crecen hacia arriba, es una manía que tienen desde que el mundo es mundo y no hay quien se la quite. Podrían hacerlo a ras de tierra, ¿no?, o al menos un poco torcidos, este para un lado, aquél para el otro, y así los bosques no serían tan monótonos, pero nada, todos bien tiesos, que bajas al Iregua y las choperas parecen batallones en formación. Bueno, pues si a un árbol obstinadamente vertical le ponemos una curva anormalmente pronunciada justo delante, hasta un vehículo de alta gama puede estrellarse contra él, bien porque su conductor se halle en estado de desinhibición cognitiva de etiología enólica, o sea mamado, o por despistarse un segundo con el móvil o con cualquier botoncito del salpicadero. Aunque la colisión siempre sucede por entrar en la curva a una velocidad excesiva para evitar una fuerza centrífuga que acaba colapsando la carrocería cuando la dureza y el grosor del árbol superan su capacidad de amortiguar energía cinética. Cosas de la física.

Ahora bien, dejar un coche escacharrado contra un árbol en mitad de una curva sin señalizar ni dar parte y largarte como si nada con alevosía, nocturnidad y nochevieja siempre está feo, pero más si ocupas un alto cargo en un gobierno, aunque sea regional. Podemos entender que un chaval de 27 años sin otro sitio donde empotrar el BMW se resista a dejar de llevarse 65.526 euros brutos anuales en 14 pagas, o sea 4.680 al mes y el doble en junio y diciembre por dirigir la política riojana de participación y derechos humanos, o sea por nada. Pero no que, cuando su situación sea insostenible, renuncie a la mamandurria culpando de su desinhibición cognitiva, su exceso de velocidad y/o su distracción al volante y de la anormalidad de una curva o la verticalidad de un árbol al acoso ultraderechista y a los calumnistas de la canallesca. Cosas de la política.

La interpretación ofrecida por el autor de la chocata y fuga es de una desfachatez asombrosa: «Actué como lo hice porque estuve a punto de matarme». Tronco, ¿no será justo lo contrario?

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