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Al anciano le despierta el sol y le regala tantas certezas como incertidumbres ¿Sigue él en su cuerpo, es dueño aún de la herramienta que le aclara de dónde viene, adónde va y pa'qué? Erguido y consciente de que no es sólo un mono, ... se enfunda el chándal y se mata a futin, ruanin y demás preceptos saludables llegados del imperio que saluda a tiros cada amanecer. En latín vulgar, una paliza a lo sanfernando de no te menees.
Con la mascarilla de las once en la sotabarba, degusta en la neoterraza el descafeínado de siempre. De siempre tiene un lunar en la muñeca, un sello de aduana. Le recuerda el mapa de una isla, un puntín en un archipiélago herido, separadas sus islas por las anfractuosidades de las montañas, las arrugas, enlazadas ahora por la seda del agua que corre en el cercano río. Se traslada a un banco público, cambia de perspectiva, cambia de máscara, ya es otra hora, otro tiempo.
La vida es bella. Un joven mira a una chica. La chica tiene un lunar en el escote que parece el mapa de una isla. La joven mira al chico. Al chasquido de esa mirada el anciano oye una melodía que chispea en la corriente. Teme perderse la siguiente nota y se inclina hasta el ahogo sobre el puente. Un poli pregunta si ha perdido algo. Reconoce en el agente al joven que en otro puente, en otra hora, tiende la mano a la chica del lunar. Sí, ha perdido un instante. Le convendría caminar, pero en reposo se ve más lejos, se reordenan y remodelan las huellas de la arena del tiempo. Ve al muchacho, ve viejos que son jóvenes de toda la vida, chicos y chicas que miran a chicas y chicos o lo que haya en el lote. Ve un lunar en forma de isla en la sien del guardia. Colegas de dolencia, se sientan juntos guardando la distancia. Se reconocen. Se superponen. Son el ajado vivo retrato de sí mismos. Les pesa, les duele, les compensa haber bregado tanto, llevan mucho sufrido y más disfrutado. Admiran de móvil a móvil la foto de la santa del guardia; tiene un lunar en el cuello. El anciano padece demencia sutil, olvido de fronteras, arritmia en el segundero, huele la lluvia lejana, respira mieses que ya doran masas abuelas.
La tarde refresca, el concierto de gorriones, urracas, vencejos, cigarras y algún grillo anuncia la hora sin franjas. Los murciélagos cruzan en vuelo bajo, amenazantes, son el malo. El anciano se ajusta la última mascarilla. Es afortunado. Muchos, pobres, carecen de baberos quirúrgicos. Quizá el bichito sí lo lleve. Tras un saludo al agente y una caricia visual al cabello rubio de la joven que mira al chico que tiene una isla en la frente regresa a su residencia. La sesión le ha salido por 601 euros, casi la pensión. Doble sesión doble, estéreo, panavisión, bah, un barato.
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