Una versión de las dos Españas es la de la España que utiliza el detergente de una marca como lavavajillas de mano frente a la España que utiliza el detergente de la otra marca. Es una versión amable, lo que no le resta emoción y ... competitividad. De hecho, el confinamiento ha sometido a su prueba definitiva a ambas marcas y a nuestras convicciones detergentes. Yo, tengo que decir, que estoy muy contento con el mío porque me ha durado la unidad, la botella, estos cincuenta días. Lo siento, pero ni la «nueva normalidad» me lo va a hacer cambiar. Habrá que tomar nota de las cosas que nos han acompañado durante la clausura. Sin desfallecer. De las cosas, me refiero, que han seguido funcionando, que han compartido con nosotros sus altibajos y el riesgo de agotarse las pilas. Y las plantas. Tenemos en el baño una flor de pascua desde hace catorce años. Es ya una enredadera y ha visto mucho. Le faltaba sólo esto. No sé a cuántos años humanos equivale el de una planta. Yo creo que ésta ya es mayor. Es nuestra mascota y nuestro espacio verde. No podíamos, en fin, suponer que lo de «la república de tu casa» no era un anuncio, sino un trailer. Oigo en la radio que el silencio del confinamiento también está permitiendo escuchar los movimientos sísmicos. Me he puesto a comprobarlo esta madrugada, cuando, directamente, todo deja de existir ahí fuera. Y es verdad: se escucha hasta la maquinaria del ascensor. Y la radio, precisamente, de algún vecino. Y el desagüe de las cisternas, que van a dar a la mar. Se escucha hasta los crujidos que provoca el asentamiento de la casa, pues las casas están siempre asentándose. Cada piso es una falla. Paradoja: me ha producido menos desmoralización la situación de confinamiento que la presente situación política, en plena escalada tóxica. Se da un juego sucio para el que no parece que ninguna España tenga el detergente necesario. El meme ahora es que cualquier avance lo ha sido a pesar del Gobierno. Parece mentira que nos haya sucedido lo que nos ha sucedido habiendo en este país, por metro cuadrado, tantos expertos en Covid-19, ofensivas epidemiológicas y gestores de crisis planetarias. Cuando me levanto por las mañanas salgo a la terraza e inspiro la ciudad. Y me viene el olor no sólo de Logroño, la mía, convertida desde hace dos meses en terra ignota, sino de todas las que he conocido, aún más lejanas. Su aire, que al estar vaciado por el silencio, da cabida a la luz, a la temperatura y a la memoria. Llegan hasta la terraza todas las ciudades de mi vida. Y distingo sus olores, casi por barrios. Echo ahora en falta Madrid, rompeolas de todas las Españas, y que se hallaría ahora en su estación velazqueña. La de las primeras cañas y los paseos. La de flaneo y museo. La de vermú con sifón y tapa. En la que los días empiezan a inventarse horas de más. Ayer sábado no salimos todavía a la ciudad, ésta, Logroño, pero mi mujer metió la ciudad en casa. Fabricó en la biblioteca una 'cámara oscura'. Les explico, para quien no esté familiarizado con este procedimiento de encajonamiento fotográfico, a la par que de (extraña) apertura al exterior. Se coge una habitación y su ventana se cubre con un plástico negro como la pez. Se refuerzan las junturas con cinta carrocera y se cierra la puerta de la habitación para que no entre nada de luz del pasillo. Luego se le practica al plástico en su centro un agujerito del tamaño de un capuchón de BIC. Hecha la oscuridad en la estancia y acomodados tus ojos a la misma, a cada segundo que pasa, la imagen de la ciudad que queda al otro lado de la ventana se va proyectando en el interior de la habitación, desbordándola. El perfil de los edificios y de las figuras se va haciendo cada vez nítido. La imagen aparece volteada por la propia dirección de los rayos de la luz. Así entra siempre por defecto la realidad en una cámara. Resulta la ciudad y el mundo al revés. Es maravilloso. Te sientes ingrávido, flotando. Como si tú también hubieras sido fototransportado de fuera a adentro. Pues el mundo, en las fases que nos quedan por delante, se habrá de ir redibujando así. Trasluciéndose poco a poco. Tardaremos un tiempo en poder tocarlo. Pero sigue ahí. Y se cuela hasta la cocina a poco que hagas un agujero. La ciudad también me inspira a mí. Hablando de la biblioteca. Como resultado de su reorganización, llevada en cabo en los primeros días del confinamiento, ahora no encuentro ningún libro. Antes los tenía perfectamente desordenados. Sabía dónde no encontrarlos. Ahora nada. No era suficiente con reorganizarla, ya lo veo; hay que reconstruirla. Como todo, claro. Notaré pérdidas, a cambio de hallazgos. Y en fin que empiezo la segunda botella de mi detergente de cabecera: la de la desescalada.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta 136 Aniversario!

Publicidad