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Coronadiario (y X)

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OJO DE BUEY ·

Domingo, 17 de mayo 2020, 10:06

Esta semana he seguido en la tele, cada tarde, las etapas de la vuelta ciclista a España. La de 1988: Pino, Ocaña, Cubino, Fuerte y Kelly. Pasa por Valdezcaray. Tengo veintisiete años. Ni me ha casado ni nada. Vive todo el mundo. La mosca de ... TVE es la antigua, que rebotaba en el cuadrilatero de la pantalla como una bola loca. La tipografía de los rótulos –número de moto-cámara, nombre de los ciclistas, minutaje, etc...– de video juego de marcianitos. La mayoría de los dorsales van estampados con marcas de productos no ya caducados sino extinguidos. Incluidas algunas entidades bancarias. Y casi todos los equipos. Y algunas montañas. Y algunos pueblos. Locuciones que parecen psicofonías. Literatura oral, homérica. Las interferencias son de las auténticas, con rayas y pérdida de señal. El estado del video-tape, crítico. Por lo demás, está como nueva la vuelta. Llega uno a pensar estos días, que para tirar, tendríamos con lo vivido, dosificándolo por etapas, haciéndonos de nuevas, pero no es plan, no es verdad. Queremos más temporadas, de los creadores de la 'antigua normalidad'. No queremos perder la señal. Producto del paseo vespertino y de admirar el comercio local, sueño el miércoles que estoy pasando la cuarentena en el escaparate de una tienda de muebles. El expositor de dormitorio que me ha tocado es espacioso, luminoso, con vistas a una zona peatonal. Y la pantalla de protección es una luna poco menos que antibalas. Para entrar a vivir, vaya. El único inconveniente es que tiene inhibida la señal de móvil. Veo pasar por delante a familiares y amigos que me hacen señales, como quien no puede bajar el parabrisas del coche para decirte algo que quiere decirte, algo que es importante: un recado, un recordatorio, una advertencia. Durante el día, cuando no atiendo a las visitas tras el cristal me voy a ver baños en otras plantas. Y despachos de oficina. Y cocinas. En una que tiene vitro me hago una pasta con unos tallarines de adorno. Me despierto sin que acabe la cocción. También sueño otro día que abrazo a desconocidos por la calle. Y que me detienen. O quizás sean trastornos del sueño: lo de la vuelta, lo del escaparate, lo de la detención. Todo esto. Ahora comprobamos cuál es la última razón de lo ritos y de las ediciones de las cosas, en forma de tour, de derby, de fiesta patronal, de rallye, de festival, de curso, de solsticio: evitar que tiempo no sea nada más que tiempo, en estado puro. Porque el tiempo en estado puro, en vena, es una droga dura. Engancha. Se mitiga, en parte, con una agenda de eventos y de celebraciones. La semana santa, las navidades. No me quiero ni imaginar –depende de cómo vaya pintando la cosa– la publicidad de estas navidades: los anuncios de la Lotería, los de vuelve a casa vuelve. O igual estamos ya en navidad, porque ya doy por pasado este verano y aún no ha empezado. El mercado, el consumo, su publicidad, le ha cogido a toda velocidad el punto melodramático al nuevo estado. Es ya un microgénero, el spot del confinamiento, una tragicomedia de situación: con niños, perros y pizzas. No cabe duda que hay quien puede llegar a instalarse en esto. Entradas de la semana en el diccionario de la nueva normalidad: 'seroprevalencia' e 'inmunidad de rebaño'. El amigo Vicente Robredo, pastor de almas, poeta, filólogo, cinéfilo, vecino, un gran tipo, Vicente: pues nos encontramos en la calle a la altura de un container de papel y de cartón. Y a Vicente se le escapa una frase o un verso, como se mire, que ni al pelo: «Más vale pecar de prudente», en referencia a la semana de medio 'suelta' en la que entrábamos, ésta ya pasada, que algunos se han tomado de vacación del sentido común, de la solidaridad, del respeto y de la memoria reciente; que se la han tomado como un desfase. Le digo a Vicente que es muy buena esa máxima, y que como la autoridad diocesana que es, anime al 'pecado' de la prudencia. Pero para no ponerle en un compromiso, ya lo hago yo. Y hasta aquí el Coronadiario. No voy a esperar a la vacuna. Mi mujer ya ha coronado la última página –de sus casi mil– de 4 3 2 1, la primera de las últimas novelas de Paul Auster. Es muy de Auster, como yo, de cómo Auster advierte la música del azar en nuestras vidas. El tomo trata de cómo éstas se van reabsorbiendo en una cuenta atrás hacía «estar solo consigo mismo, el único superviviente».

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