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Esto está siendo como una estación parásita, alojada entre las costuras de la primavera. Y extraña: no está claro cómo funciona el tiempo en su ... interior. Pienso en el inicio del confinamiento y no sabría tasar cuánto tiempo ha transcurrido exactamente hasta hoy. Los primeros días se me hacen ya lejísimos. No sé cuánto de lejos. No se parece a ningún 'lejos' anterior. Tengo incluso un recuerdo borroso de aquello: nos aprovisionamos de cosas, empezamos a llamar a familiares y amigos por saber cómo (y dónde) se encontraban, volvimos a escuchar los partes radiofónicos, desaparecieron los vecinos, nos dio por ponernos el termómetro a todas horas, reorganizamos armarios, bibliotecas, tiramos papeles, un tal Fernando Simón entraba en nuestras vidas y salíamos a aplaudir a los balcones de noche. Pero además no se trata sólo de cuánto, sino de cómo está transcurriendo este tiempo. La sensación que tengo es de que se trata de un tiempo comprimido. Que funciona a presión. Lo digo porque siento haber envejecido. Lo veo en el espejo. Como si estos ¿dos... meses? hubieran sido un par de años de los de antes del Covid-19. De los 'viejos años' habrá que empezar a decir; como todavía hablamos de las 'viejas pesetas' cuando necesitamos recurrir a una conversión que nos ayude a calcular el valor de las cosas. Pues sin haber salido todavía de esta 'estación', me da la impresión de estar saliendo –o a punto de hacerlo– de un Shangri-La. Horizontes perdidos. La condiciones climáticas del valle, su resguardo del viento y el modo de vivir en el monasterio lama –unido al libre albedrío de la ficción– hacían que el tiempo se desacelerara entre sus muros; pero era salir y cruzar el paso de montaña que servía de frontera y al instante se envejecía de golpe, y en blanco y negro. El domingo salí de mi casa a Logroño y me pasó. Por la ciudad también estaba transcurriendo esta clase de tiempo: la vegetación había crecido entre los adoquines de las plazas, los establecimientos aún guardaban los carteles de cuando se cerraron al principio de todo esto –un 'principio' sin parecido a ningún otro 'principio' conocido–, te encontrabas algunos amigos de tu anterior reencarnación y por si fuera poco un manto de pelusa estaba cubriendo el espacio. Total: un capítulo de la serie La dimensión desconocida, pero contigo dentro. Me pellizco pero no logro despertarme de este capítulo y de esta estación. En el paseo, que realizamos como por un parque temático, también veo los cines con las carteleras de las películas que se ponían antes del corte. Y las que se iban a poner. El cine. Recorremos una travesía. El balcón de uno de los primeros pisos está abierto. Balcón de barrio, con persiana verde, bombona de butano y algo de ropa tendida. Son las nueve de la tarde-noche. Hasta la calle llega el sonido de una película en la televisión. Las voces de los personajes, la música. Nos estamos un rato, allí, de pie. Es exactamente el mismo sonido de los viejos cines de verano, cuando te ponías a escuchar la película detrás de la tapia, sin entrar. No muy lejos de este balcón, el neón cucurucho de 'La Veneciana'. Monumento del verano total. Aforismos: como se ha suspendido el fútbol, la liga se traslada a las fases de desescalamiento. La distancia social en la calle provoca curiosas coreografías. Mi mujer me dijo el jueves por la noche: «No te puedes perder la luna». Pensé luego que tampoco me podía perder esa frase. Una frase llena. Ahora ella –paradojas de esta estación– sale más que nunca por la noches. Me va enseñando en la galería de su cámara una colección de rayos. Los fotografió el lunes, por la noche, claro, desde el balcón. Los cazó, vaya. El lunes era, por cierto, el día mundial de Star Wars. Quiso la alineación de planetas que ese día hubiera cero fallecidos en La Rioja. La fuerza acompañó. Cuando vi el episodio IX estas navidades pasadas, en compañía de mis sobrinos, para los cuales la vida –y la saga– se inició entre el III y la guerra de los clones, pensé que nuestros tiempos en general –cada cual el suyo– dependen de un perfecto desorden. Con todo, creo que siento más cerca el que acabó siendo Episodio IV de Star Wars, de 1977, que el día 14 de marzo de 2020. En fin. Ya que no me aclaro con otras contabilidades, sí podría asegurar que en todo este tiempo hemos pasado por dos lunas.
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