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Qué maravilla: oigo abrir el viernes el informativo de Radio Nacional de las diez de la mañana, ¡abrir!, con una noticia sobre un caso de corrupción en el Osasuna. Suena a música celestial. Es un mal paso para el Osasuna, lo comprendo, pero un gran ... paso para la normalidad. Ojo. La vida es un original. Tiene un tamaño y un peso. Hay que advertirlo porque ahora se abre un mercado del simulacro, de la liquidez, de la jibarización, de la multipantalla y de la autarquía telemática. Y no debemos conformarnos. Cuando regresemos desde donde estamos ahora, hay que buscar, exigir, recuperar el original. Aunque quizás le suban el precio, claro. Porque como nos conformemos, el COVID habrá ganado el post. Podría darse que encontráramos una vacuna para su virus pero no para la regresión, para el arrugamiento. Ahora me preocupa, por ejemplo, que cada día de la semana siga siendo lo que era: que el lunes sea un lunes, a todos los efectos. Y así hasta el lunes siguiente. O que las jornadas sigan durando 24 horas ordinarias. Una idea, acuñada en pocos días pero ya en circulación que me da pavor: «nueva normalidad». No es normal adjetivar así la normalidad. Eso es una normalidad anómala, que no abre los informativos con noticias sobre cualquier cosa, que debe ser lo normal, algo del Osasuna, no sé. Lo que queremos oír cuando nos levantamos. También me preocupa «ligero repunte». Me pincha cada vez que la oigo en los partes: «se ha producido un ligero repunte». Mierda. François Truffaut dedicó dos películas a la piel de nuestras dos edades: 'La piel suave' a la edad adulta –la piel sensible al tacto y a las catástrofes del amor– y 'La piel dura' a la de la infancia. La infancia resistente, sin temor. Ésta contaba la fábula de un niño de dos años que se cae desde el noveno piso de un rascacielos y resulta intacto. En un momento, un personaje se lamenta: «Es pavoroso pensar en cómo los niños están en peligro constantemente»; pero le replica otro: «Eo es verdad del todo. Un adulto hubiera muerto por el impacto, pero un niño no; los niños son como una roca. Tropiezan por la vida sin quedar lastimados. Ellos se encuentran en estado de gracia y eso les permite tener la piel dura. Son mucho más resistentes que nosotros». Hoy se van a atrever con la calle. Y nosotros, los de la piel ya suave o incluso demasiado suave, les vamos a aplaudir también desde los balcones. Esos niños y niñas serán hoy lo que fuimos nosotros ayer. Y al verlos, sentiremos que volvemos a empezar, cuando estábamos en estado de gracia. Sentiremos que caminamos por la vieja normalidad. Se produce, por cierto, un momento tras los aplausos, cada vez más prolongado: un lapso de silencio, de vacío, de anonadamiento; de qué pasa aquí, de mirarnos de balcón a balcón y entre nosotros. La mañana en que bajo a la calle a por pan para varios días, veo en el suelo varias monedas de euro; de céntimos pero también de dos euros. Nadie las ha cogido. Yo tampoco. El dinero original está por los suelos. El Quijote es la historia de un tipo que, fuera de edad, decide abandonar su confinamiento. Don Alonso vivía recluido en su imaginación e ideales, en un ático atestado de caballería de papel. Estaba en cuarentena, para no propagar la justicia y la entrega. Sin apenas comunicarse con los (escasos) suyos; comiendo apenas. Todo vida interior. Cada vez que leemos, y este jueves lo hemos hecho a conciencia, nos ponemos en la situación del hidalgo. El acto de leer es un acto alterno de recogimiento y salida. Sobrecogedora sesión en el Congreso. Al Gobierno, prácticamente recién alistado, le ha tocado gestionar un Pearl Harbor; es decir: una ofensiva vírica imprevisible. Pero la leal oposición, en vez de no acabar de dar gracias al cielo por no encontrarse ahora mismo en turno de Gobierno, azuza el bombardeo parlamentario. Casado, por ejemplo, dice que no quiere ser la Orquesta mientras se hunde el barco. Eso es dar ánimos al pasaje; gracias. Pero además, una pena, hombre. Olvida Casado el papel tan honroso, solidario, legendario, en fin, que por su entrega desarrolló la Orquesta del Titanic –si éste es el barco en el que estaba pensando–, que siguió tocando y colaborando para aliviar y acompañar la tragedia. El jueves, una parte de mi móvil, sección wasup, cae en combate. Le rindo honores. Hemos sido uno durante estos cuarenta días. Mi mujer, con el objetivo de su cámara, ahora avista pájaros. Y me los va catalogando. Van supersónicos y trinantes, a cielo limpio y sin trafico aéreo. Y nos observan dentro de nuestras respectivas jaulas. También me dice, en este tiempo de casi ninguna certeza absoluta, que hay una cosa que sí que es cierta que le dijo su madre: «Échale un puerro para que le dé sabor». Y funciona.

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