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El pensamiento no puede tomar asiento». La frase, el verso, podría ser de Quevedo, perfectamente, pero es de Luis Eduardo Aute. La de Aute era una voz imposible en un fumador crónico. Cada año más limpia y más seductora. Un espíritu. La 2 rescata el ... día de su muerte un concierto en un patio de Córdoba. Por la noche, a pecho descubierto. Antes de salir, está en capilla en el Museo Julio Romero de Torres, conversando con Pastora Vega, como salidita de uno de los lienzos. Favor que no tarde en hacerle él, claro. Los planos de los dos son cortos, como la voz de Aute, era una voz en un plano muy corto. Una voz para la vista, además de para el oído. Una voz presencial, insustituible; ahora que instituciones y negociados van a descubrir lo barato y expeditivo de lo no presencial. Lo prescindible que es el estar; lo caros que son los recursos humanos; lo rentable de la distancia social. Una amiga me decía el otro día, que de ésta, igual salía digital, como quien teme salir con la piel cambiada. Cuantas veces pensamos estos días que, en esta tesitura, no hay pensamiento que pueda tomar asiento. O resistir en ese asiento, sin moverse inquieto o desazonado. La Semana Santa comienza sacando el paso de Aute. A cada estación más sensual, emocionante y agudo. Lo del lienzo: los límites que nos hemos impuesto hacen que cobren intensidad, expresividad, brillo y sentido, zonas esenciales de nuestra presencia. Por ejemplo: con las mascarillas hemos vuelto a mirar a los ojos. A reconocernos por la mirada, como un scanner de esos de control de aeropuerto, de los que te sacan por el fondo de ojo si eres tú o tu replicante y te dejan o no entrar en el país. Veo la Plaza del Vaticano el viernes por la noche. Es una gran pista de aterrizaje y despegue. Se oyen voces pregrabadas, hay señales de pista, una torre de control de plegarias. El mundo espera. Todo lo llevamos en los ojos. Y en la cola del Súper, en la línea de espera, en que llegamos a la Caja, nos miramos a los ojos, con el resto de la cara cubierta; como si en vez de ir a pagar fuéramos a atracar un Banco. Más horas de luz: ahora se ve más tiempo la calle vacía, claro. Cuando salíamos a aplaudir de noche, no se notaba tanto. Un familia del barrio no sólo sale a aplaudir a la ventana: desmontan cada día la ventana completa, sus dos hojas, para que todos sus miembros quepan y aplaudan a la vez. Incluidos un par de gatos. Y luego vuelven a montarla. No se puede aplaudir más alto. España es ahora una gran 13 Rúe del Percebe. Casas sin cuarta pared. Se ve todo. Cada vecino con el escenario, figuras y atrezzo de su piso. Por cierto que mientras la
mayoría de españoles no tendrían hoy más segunda residencia que un Hospital, otros, furtivos, se van a su apartamento en la Playa o en la Sierra, para hacer penitencia por la Cuaresma. Y en la mayoría de las casas de España se hacen bizcochos. Es éste el tiempo del bizcocho. Bizcocho significa que se cuece dos veces. Y ahora tenemos tiempo para que –si no el pensamiento- el bizcocho tome asiento. Para que lo pensemos dos veces. Y que la casa huela a tahona, a bizcocho borracho, a volaos. La levadura es ahora un bien preciado. La que sirve para que suba el bizcocho y la que sirve para que suba la moral. Escasea en los lineales. El cine va una vez más –tome nota, Ministro– a ayudar a la vida. Y algunas de las empresas más importantes de vestuario y complementos cinematográficos del mundo –que están radicadas en España– han decidido proporcionar a centros hospitalarios prendas y utensilios que han servido para curar pandemias en la ficción, en la esperanza de que ayuden en la realidad, precisamente por lo que se está pareciendo a la ficción. Indistinguible. Mi cuñada Olivia, hija y sobrina de modistillas y virtuosa del Punto de Cruz, nos ha hecho unas mascarillas de Pasarela Cibeles, resistentes y rechiflantes. Hay, como en todo en la comedia humana, una mascarilla de la tragedia y otra de la comedia. A cada lado de nuestras vidas. El pelo me crece más deprisa durante el confinamiento. O me parece a mí. Escucho, mientras hacemos las cosas de la casa, que ahora son todas, la Pasión según San Mateo, por Harnoncourt, el Coro Final. Si nos vamos, que alguien deje escrito a los que vengan, que alguien de nuestra especie fue capaz de pensar y componer esto. Que deje una grabación en un soporte indeleble. Es nuestra cima. Mi mujer ha plantado en los tiestos de la terraza garbanzos y lentejas. Dice que son las únicas semillas que tenemos. Vamos a por la huerta.
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