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Domar la puta curva. La dibujo en la duermevela. Un meridiano elástico. Cuando crees que la has domado, retoma su forma. Y se tensa como una sirga. Y aparece la mujer de la curva. No puedo ver ni dónde se inicia ni dónde finaliza la ... curva. Cómo se estabiliza una curva. Una curva que no es física, que está generada por un algoritmo Covid. Entonces, salgo al frigo. Ayer a mediodía sufrió un conato de fallecimiento el frigo. Y comenzó su deshielo. Dejó de respirar unas horas, hasta que se recuperó, pero a bocanadas. Me levanto por la noche a escuchar su ruidillo interior. Está estable y yo me adormilo oyendo sus compresores. Sigue con nosotros. Estamos confinados con nuestros electrodomésticos, claro. Y tienen su obsolescencia programada. Para cualquier eventualidad, excepto ésta, como nosotros. Veo menos programas de televisión y más de lavadora, que son muy variados y aptos para cualquier tipo de tejido. Pero por la noche ponen en un canal Sonrisas y lágrimas. El sonido de su música me suena distinto. Acumula capas, mundos, emociones. Con el tiempo es un karaoke emocional, al que no resisten los compresores de mi lacrimal. Su fábula es un zenith del mundo de anteayer. De la Historia, del Cine, de mí viéndola con mi familia, de mí. El propio Capitán lo reconoce contemplando Salzburgo desde la baranda de su mansión: miro cómo mi mundo desaparece. De niño me hubiera gustado confinarme con aquellos Trapp de la peli. Estaban rodeados por la pandemia del nazismo y se defendían en familia con las artes del Solfeo, mimetizándose con las cortinas del dormitorio y blandiendo la guitarra de una ex-novicia. Y con un padre militar que llevaba dentro un tenor lírico. Y libraban, en cadeneta, sobre los Alpes. Sonrisas y lágrimas. Oigo en la radio que en IFEMA un matrimonio de ancianos, que hacía una semana que no se veían y que han salido de lo peor, se abrazaban, llorando. Y que todo IFEMA lloraba con ellos. Voy a contar –advierto– el final de La amenaza de Andrómeda, lo siento: se salvaban solo el anciano y el bebé gracias a la sal de sus lágrimas, que no distingue edades. En el electrodoméstico de la televisión comentan que el deporte y todo se celebrará, de celebrarse, a puerta cerrada, al menos durante un tiempo. O sea, un partido o una peli o un concierto como mero acto administrativo. Dicen que un síntoma del contagio es perder el olfato. Me pongo, pues, a olerlo todo: el vino, el café molido, el curry, las cebollas, la piel, el pan; el perfume que me regalaron estas navidades pasadas en la farmacia, de talco, fragante (no cuentan por cierto estas navidades, hay que repetirlo todo y desear mejor, con más tino); las hojas de los libros huelo. Su tinta. Busco en casa libros frescos, comprados antes del cierre. Cosas tan bellas me gustan a mí. Huelo también la calle cuando salgo al balcón. Ya no solo se aplaude. Se pasa lista: hoy no ha salido éste o aquella. Mira, fulanito sale con su madre, qué maja. Esos no habían salido hasta hoy. Aplaudimos y nos aplaudimos: por seguir ahí. Te saludas con personas a las que no conoces de la vida civil. Se pasa revista: la ropa de casa. La ropa de casa es un uniforme y un equipamiento todo terreno: una pieza de aquí, otra de allá. Maestros de la costura en estado de alarma. Una ambulancia hace un paseíllo triunfal bajo los balcones, con honores de jefe de Estado. Y un coche de la Policía lleva en la megafonía al dúo dinámico, el Resistiré, desde esta semana patrimonio de la humanidad, libre de derechos. Les aplaudimos como en un gran bis. No vemos el momento de dejar de aplaudir. Bueno sí, un vecinito, un niño, suele gritar todos los días ¡Viva España! y como el resumen es ese, que sobrevivamos con todo el equipo –porque lo grita un niño que igual puede pensar en la patria o en la Roja– pues nos parece un cierre redondo, y ya nos recogemos. En fin: todo actividades extraescolares. Ahora solo nos dedicamos a actividades extraescolares. Brotes verdes: el robo del Van Gogh en Holanda. Gran noticia. Peter O'Toole y Audrey Hepburn robándolo. Cómo robar un Van Gogh y... Que circule al arte, de nuevo. Y los falsificadores que salen en las películas. Elegantes, preparados. Y la Costa Azul. Inventos del TBO para salir de ésta: caceroladas contra el gobierno, quitas en la dietas de los diputados y guerrilla de partidos. Intuíamos que esas eran la soluciones, ya te digo. Escucho que uno de los servicios que se consideran esenciales en estos días, y por tanto no sujeto a multa, es el de la venta de armas. Pleno empleo por ese lado. Mi mujer me comentó, cuando salimos de una sala de cine, hace no tanto, de ver 1917, de experimentarla, que lo humano se define en el límite. Que trataba de eso. De cómo cabalgar la curva.
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