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Huele a café. Me levanto cada mañana de confinamiento con la esperanza del café. El vapor de la cafetera es una niebla benéfica que se extiende sobre la cocina. Estos días, la esencia y el tacto cálido de la taza de café son un bálsamo. ... Cambio el dial de la radio música-noticias-música-noticias... con una mano, mientras que con la otra sujeto el café. No quiero que falte el café; ni olvidarme de algunos pins, ni que se me fundan las bombillas, ni que se me muera el móvil. Dónde vas ahora a por una bombilla, si ya era difícil en la vida de antes. Me doy cuenta que en casa tenemos pocos repuestos de las cosas. Cómo se gestionan los repuestos de las cosas en el estado de alarma. Qué haces con un móvil muerto. Por la noche también huelo a café. Me asomo al balcón y llega de lejos o me lo parece el olor de la Tostadora. Y el sonido de los trenes que no pasan. Después del café, un poco de gimnasia: practico halterofilia. Levanto libros y los llevo de un sitio a otro de la biblioteca. Los tengo en la categoría de pesos pesados y de ligeros; estos son los de bolsillo, o de colecciones manejables, tipo Alianza o Austral. Me hago la ilusión de que reordeno, pero todo queda aproximadamente como estaba. Por lo menos, los libros han respirado. Entre traslados releo un arranque o un final, o un poema. De vuelta de la Farmacia, paso por delante de mi antigua casa, de la casa de mis padres. En el balcón, aliviando el enclaustramiento, hay una familia, que ya no somos nosotros. La memoria se confina en las casas donde viviste. Y ahí sigue encerrada. Conviviendo con los nuevos. Al dinero, lo que sea ya el dinero –ahora un intangible– esta situación le alegra la pajarita: el miércoles el Dow Jones sufre la mayor subida desde 1933. El viernes, nuestra bolsa sufre la mayor subida semanal del año. 'Sufrir' es un decir. Como decía mi abuela: quien te entienda que te compre. Nuestras autoridades económicas piden otro plan Marshall. Ya ha comenzado esta semana: los lugareños de Villar del Campo, ¡perdón!, del Río, disfrazados con guantes y mascarillas, salieron a recibir la llegada de una partida de tests rápidos from China que resultaron ser un artículo de broma. La película acaba con una mascarilla arrastrada por la acequia. ¡Más comedia!, ¡esto es la guerra!: un jefazo de la ONU pide un alto el fuego global; dejar de matarnos al modo tradicional mientras el coronavirus hace su trabajo, luego ya se volverá a lo de siempre. Fui muy tonto en mi vida anterior: miraba de soslayo a gente que se ponía en la calle sólo para abrazarte, sin más, porque sí, por la cara. Con un cartelito en el que se decía que daban abrazos, por dar, al personal. Qué sobrados hemos andado, pensando que de eso íbamos ya bien servidos; que total, un abrazo más un abrazo menos. Qué desconfiados de los que sólo querían abrazarnos. Gente anónima, que te recibe y te cuida, con sus brazos abiertos. Lo dice en un vídeo uno de los que han visto fabricar el hospital de IFEMA por las noches, a esa gente: «Los seres anónimos, ya sabemos a qué se dedican». Disminuye la polución en el cielo de nuestras ciudades y aumenta en medios y redes, plagadas de epidemiólogos de última hora, de listos, de frívolos, de piratas, de haters. Son parte de la pandemia. De pitonisos y pitonisas a toro pasao. Parece mentira que con tanto arúspice que sabía ya hacía meses lo que iba a suceder, que nadie nos advirtiera de estos Idus de Marzo. Leo y veo. Es de primera necesidad. Tengo siempre en el corcho un recorte con una cita de E. L. Doctorow, el de Ragtime. Dice así: «Los relatos nos enseñan las leyes de la comunidad y distribuyen el sufrimiento. A través de las historias, el individuo siente que el sufrimiento puede ser compartido por los demás. El relato trae consigo lo que la comunidad debe saber para sobrevivir». Día mundial del Teatro: el más dulce confinamiento. El de la caja de un teatro. Se hace la luz, la palabra. Cada función es una encerrona misteriosa e irrepetible. Entré de niño una vez y ya no he salido. «Una noche, en el teatro nos amanecerá», se cantaba en El Barberillo de Lavapiés, mi elogio preferido al teatro. Como corresponde en los aplausos de este viernes, una ovación larga, de teatro. Inacabable. A los anónimos. Me afeito, de cara al fin de semana. Adelanto de una hora. Me parece poco. Habría que haber aprovechado para adelantar días, meses. Mi mujer, que estudió para bióloga, desempolva el Lehninger, la Biblia, y me cuenta qué es un virus: mira, es un mecanismo que se introduce en la célula y que aprovecha su material genético para replicarse. Otra manera de explicarlo es una imagen que le escucho a un particular en la radio: «El virus camina sobre las piernas de un asintomático». Qué cabrón, el virus, qué impostor.
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