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Sobre la gestión de la maldita epidemia por un Gobierno asesorado por expertos fantasmas, podríamos ser benévolos al tratarse de un virus nuevo cuya respuesta inmunitaria es un enigma, absolverlos por no imaginar la magnitud de la epidemia y hasta solo reprocharles que en dos ... años no remediaran la carencia, denunciada a toro pasado como culpa de los anteriores, de una reserva estratégica de medios para combatir una eventual epidemia. Pero lo que no perdonaremos a los Sánchez, Illa, Simón y compañía es su errática e irresponsable actitud con respecto a la mascarilla, por la que deberían dejar sus cargos si tuviesen vergüenza. En los peores días, con centenares de muertos y muertas, era «innecesaria» e incluso «contraproducente» que se la pusieran personas sanas, luego se hizo «aconsejable», más tarde obligatoria pero solo en el transporte público y finalmente, siempre, bajo amenaza de sanción.
Cualquier estudiante de Medicina sabe que al toser, estornudar, cantar, gritar, bostezar o simplemente hablar, incluso bajito, expulsamos por la nariz y la boca un aerosol invisible de gotitas de saliva y partículas de mucosidad de un tamaño entre 0,5 y 10 milésimas de milímetro (llamadas de Flügge en honor a su descubridor), que actúan como vehículo de transmisión de gérmenes patógenos causantes de infecciones, evidencia que ya a finales del XIX promovió el uso de la mascarilla en los quirófanos, y que todavía en el XXI algunos descerebrados niegan. Aunque el alcance operativo de estos microproyectiles no suele rebasar el metro, el Gobierno decretó primero una distancia de seguridad de metro y medio a partir del cual la mascarilla sería necesaria, pero ahora ya es obligatoria incluso a dos, cinco o diez, lo cual es absurdo y carece de justificación científica. Con una mascarilla en condiciones no debería guardarse en la cola, la playa o el paseo una distancia interpersonal mayor que antes de la epidemia, ya que las flügge no pueden traspasarlas, así que o lo uno o lo otro. Sin embargo, paseando solo sin mascarilla por los caminos te cruzas a tres metros con tipos que te anatematizan con la mirada, aunque la suya esté contaminada por llevarla de brazalete, toquetearla o reutilizarla indebidamente, y se la quita en cuanto se acomoda en uno de esos espacios donde al parecer no entran los virus, llamados terrazas.
Al margen de normativas absurdas o confusas y permisividades irresponsables, esforcémonos en llevar la vida más normal posible, sin miedo irracional pero con cordura, o de lo contrario nos volveremos todos locos y la ruina caracolera que asolará al país impedirá sostener a corto plazo nuestro sistema de protección social, sanitaria incluida. Y entonces a ver de qué pan hacemos obleas.
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