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Estos días se han recordado grandes gestas de la historia reciente, con distintos logros, pero con el mismo sentido de lucha por la libertad: el 75 aniversario del desembarco de Normandía y los treinta años de la masacre de Tiananmen en China.
El desembarco de ... Normandía supuso una gesta desesperada para hacer frente al atenazante yugo nazi en Europa, a costa de la heroicidad de miles de bravos combatientes de las fuerzas aliadas impulsados a participar en la operación denominada «Overlord»; las estremecedoras imágenes demuestran el poder que alcanzó la unión de aquellos gobiernos en pro de la libertad y los derechos humanos. Aquel 6 de junio de 1944 la sangre de aquellos jóvenes combatientes de las fuerzas aliadas abrió una brecha mortal al frente nazi facilitando, por fin, su derrota. Aquellas lágrimas, miedo y sufrimiento tuvieron un sentido: la restauración demócrata y el fin de la sinrazón de los crímenes nazis; el curso de la historia viró el funesto camino que estaba trazándose hacia la Europa de hoy, próspera, unida y en paz, aunque no libre de retos y amenazas. Emociona contemplar a los veteranos casi centenarios que sobrevivieron entonces a las balas alemanas y siguen sobreviviendo al paso del tiempo, son lección viva de una historia cercana que no debemos olvidar en las disputas actuales.
Lágrimas que también se vertieron la noche del 4 de junio de 1989 en la plaza de Tiananmen en la que las fuerzas del gobierno comunista armadas con tanques y metralletas masacraron a los estudiantes que pedían democracia y derechos humanos a un gobierno incapaz de ofrecerlos, aun a costa de la sangre de su nueva generación. Las autoridades chinas mantienen tenazmente una tapa de plomo sobre los hechos; solo hay estimaciones sobre cuántas víctimas causó la cruenta represión en la que pudieron haber sido asesinados unos 2.600 estudiantes según la Cruz Roja, de los que las madres de Tiananmen solo han logrado identificar a 202. Una tragedia que el gobierno chino celebra hoy como signo de haber ahogado una revuelta, en un país que poco tiene que ver con el de entonces y que se ha convertido en la segunda economía mundial gracias, según palabras oficiales, a la política de evitar las disputas; la tragedia de Tiananmen se proclama como una vacuna contra la agitación política en pro de la estabilidad y progreso del país. Progreso que se consolida a costa de los derechos humanos, acallando las voces disidentes y un capitalismo comunista autoritario que pretende liderar el escenario internacional. Heroico esfuerzo el de esas vidas segadas en manos de quien ha demostrado que, a pesar de su éxito económico, cultiva un miedo difuso al que somete a sus ciudadanos en una sociedad basada en el control y localización permanente por parte de las autoridades. Europa ha luchado férreamente para no someterse a estos modelos autoritarios que no merecen liderarnos.
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