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En Barcelona han empezado a implantar el cronómetro en las terrazas de los bares: 30 minutos para tomar una caña y hora y media para comer. «Hay que rentabilizar», dijo un hostelero en televisión. Luego protestan mucho por el arquetipo del catalán rácano y avaricioso, ... pero los tópicos existen porque tienen un sustrato de verdad. Se quieren evitar esas encantadoras escenas de cuadrillas de señoras dando vueltas a la cucharilla del café durante toda la tarde. Las señoras siempre se llevan la peor fama y uno no sabe por qué, si también nosotros lo hemos hecho. Cuando éramos más jóvenes quedábamos los amigos en un bar, pedíamos cada uno nuestra consumición y estábamos horas envueltos en humo y conversaciones. Pasaba la noche y los hielos de esas copas se iban derritiendo en un juguito vidrioso que precipitaba en el fondo de los vasos, como relojes de arena hechos de cubos de hielo cada vez más pequeños, líquidos y quebradizos. Una copa cada uno y varias horas de bar; éramos más atolondrados y ya sabe todo el mundo que la insensatez te obliga siempre a racionar el dinero.
Este año el día de San Bernabé quisimos comer de restaurante, un plan de pareja muy elaborado que se nos ocurrió a última hora y por eso reservar mesa se antojó misión imposible. «Comer dos, el día 11», decía yo, pero al otro lado del teléfono sonaba todo muy apresurado. Era como hablar con José Andrés en plena operación humanitaria de reparto de sopa y bocadillos. Casi todos los restaurantes estaban completos, pero en los que había algún hueco me hablaban atropelladamente del primer turno y el segundo. También aquí se va imponiendo el reloj, y si esto se consolida acabarán imprimiendo en las cartas el tiempo estimado para comer cada plato. Al final elegimos comer tarde para no tener sobre la conciencia el agobio de sabernos en una contrarreloj, que no quería andar yo apurando los postres con una familia de Villafranca del Bierzo de pie al lado de la mesa mirándonos con los ojos encendidos y susurrando como Pedrerol: «tic tac, tic tac». Se te atraganta el café.
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