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Tendríamos o bien que borrarlo todo, o bien de casi todo advertir que respondía al contexto ideológico, histórico, estético, cultural o social del momento en que se hizo, etc, etc... Como si no lo supiéramos. Añadir en una etiqueta que acompañe a cada producto cultural ... o de ocio o de consumo o de lo que sea -junto a la edad recomendada, instrucciones de uso, contraindicaciones, lista de alérgenos, teléfonos de emergencia, todo el protocolo que se adjunta ahora desde una barby hasta un huevo kinder pasando por un frenadol-, añadir, digo, una salvaguarda que explicara las condiciones en que aquello se hizo y -éste es el aviso, el ¡warning!- la nulidad de su vigencia en la actualidad, en cuanto a ideas, usos y costumbres. Y habría que añadirlo -ya se ha hecho- no solo al catálogo clásico de Disney -ahora mismo en el 'Índice', devuelto a los talleres para su revisión y rehabilitación-, sino a una buena parte del catálogo general del cine, o de la literatura, o de la pintura. Repasen, repasen. A ver qué queda sin mácula ante una mirada actual. O a una buena parte de la vida. A todo, vaya, si se piensa, incluso a una escala personal, pequeña, a nosotros mismos: a una cosa que escribimos u opinamos en algún lado o que le dijimos a alguien y que ahora nos gustaría matizar o directamente nos incomoda pero que en aquel momento, por el contexto... Yo mismo, releo algunos de estos Ojos de buey de hace diez o dieciséis años, cuando empecé, y si tuviera que reeditarlos, igual convendría añadirles alguna nota -entre informativa y aclaratoria- para explicar por qué dije tal cosa o a que me refería con... U olvidarlo, directamente. O sea, cosas pasadas de fecha cuando no obsoletas. Ahora existen varias formas de calificar el reflejo impropio en la representación: retrato cultural anticuado, apropiacionismo cultural... Y más subetiquetas.
Envejece mucho antes lo particular que lo general. Somos cautivos de los contextos. Y esto es lo complicado: periódicamente contextualizar lo que fuiste, lo que dijiste y sus causas, y en el estrecho margen que nos concede el tiempo de vida intentar borrarte y/o reetiquetarte. Esto no se lo puede permitir cualquiera. La Disney -u otras grandes compañías de la industria audiovisual o editorial- ponen un rótulo al principio de la obra y santaspascuas; por ejemplo: que les quede claro que al actual consejo de administración no le parece correcto que los gatos siameses de 'La dama y el vagabundo' constituyan una visión denigratoria de la inmigración asiática (¿la constituían?; ¿aquello genial de «soy un siamés hecho dos veces» era denigratorio? Ahora es cuando me asusto al pensarlo. Acabo de perder la inocencia. A mí, que me gustan los gatos por aquellos siameses); o... que conste que los actuales directivos no ven razón para que King Louie aspire a convertirse en un ser civilizado como Mowgli, con lo que esto denigra a la especie orangután (el caso es que a mí siempre me pareció King Louie el Rey de la función; y de hecho, todos en ella bailaban a su son; todos queríamos ser y cantar como él, jazz, también el humano Mowgli; al igual que en 'Los aristogatos' todo el mundo quería ser un 'gato jazz'). Pero un particular no puede, no podemos, ir contextualizados sin interrupción. Ir por la calle con una camiseta de pentimentos. Vamos, muy al contrario, con el histórico al aire. En fin, que ahora mismo, repasando, no creo que casi nada -en el cine, por seguir en Disney, líder ahora del pentimento, una vez que ha entrado en pánico al saltar al hiperespacio de las plataformas-, se salvara de tener que dar -en algún punto- esas explicaciones, para justificar el desajuste -evidente- con los parámetros actuales, afortunadamente corregidos en la sociedad, que es el terreno donde se tienen que corregir (y de la que la ficción, es, claro, un reflejo puntual; muy provisional por tanto). ¿Habría que etiquetar casi todo el western, o las de Fu-man-chú, o las de Sabú, o la fabulística, o un manual cautelar para adentrarse en Fagin y su mundo? No sé, por decir. Disney -y en breve otras corporaciones, seguro- están en esa tarea de blanqueo para, por un lazo, aliviar la conciencia del fabricante (la leyenda negra disneyana) y por otro, apaciguar, desde luego, las estrategias de los equipos jurídicos de algunos lobbies o influencers, atentos al rédito que puede general la incorrección en sus muchos apartados. No dirá nada la Disney en las advertencias antes de ver el Dumbo de 1941 acerca de la teoría lisérgica sobre la secuencia de los elefantes rosas; ni previo a ver Bamby sobre las teorías conspirativas sobre la muerte (?) de su madre. Pero esto lo comento ya dentro del contexto del análisis del texto.
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