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Un príncipe (Henri XIII) de Reuss, dos antiguos soldados de élite, una rusa, un ex-diputado de extrema derecha y un puñado de conspiradores organizaban un golpe de estado en Alemania, según la Fiscalía General. A las seis de la mañana del día 7 de ... diciembre 3000 policías de las unidades especiales GSG9 detuvieron a 25 personas en siete länders y realizaron 150 registros domiciliarios. Estupor primero y media sonrisa luego en los medios de comunicación alemanes. El periódico 'Süddeutsche Zeitung' rescató de sus archivos la foto de Tejero en la Tribuna del Congreso en 1981. Y el 'Frankfurter Allgemeine' hablaba de farsa, pero también de miedo. La ministra de Interior alemana no se lo tomó muy a broma y dijo que la amenaza de terrorismo de extrema derecha es un «abismo».
El objetivo de este grupo de conspiradores era eliminar el orden existente en Alemania e imponer a Henri XIII como nuevo Jefe de Estado. En su ideario, una mezcla de nostalgias imperiales del II Reich, visiones apocalípticas del futuro de Alemania y un nacionalismo milenarista reactivo al estado liberal democrático. Pero debajo de la apariencia de un grupo de fanáticos se extendía una red de hasta 23000 adeptos (Ciudadanos del Reich) comprometidos con derrocar el orden establecido y una estructura de 200 comités clandestinos con instrucciones precisas para actuar en el momento determinado.
No es fácil que ni las autoridades políticas de Alemania y el poder judicial minimicen el reproche penal que merecen los conspiradores, por mucho que algunos sectores lo hayan calificado como ensoñación de un grupo de jubilados. Aquí ya sabemos que las cosas pueden empezar por una ensoñación de cuatro conspiradores y acabar arrastrando como una riada a las masas más ilustradas. Hay complots que no se pueden tomar como delirios de teorías conspirativas desde ámbitos fanáticos de la extrema derecha, la izquierda o el nacionalismo. Y menos en tiempos de relativismo ideológico y moral.
En coyunturas de caos y miedo (inseguridad, guerra, angustia climática, desorden, inmigración ilegal desatada, escasez energética, inflación) los apocalípticos pueden acabar poniéndose a la cabeza de la manifestación. En Austria, por ejemplo, se lo toman muy en serio. Hace dos años condenaron a doce años de prisión a Monica Unger que había creado un grupo anti-estado austriaco y que se dedicaba a hacer pasaportes con los colores de su Federación de estados (Estadenbund) , a escribir cartas a Putin pidiendo su apoyo militar y «ordenar» al ejército austriaco deponer al Gobierno. Tenía 2500 adeptos y no había recurrido a la violencia pero el tribunal de Granz la condenó a 14 años de prisión y en apelación el Tribunal Supremo de Austria a 12 años por sedición e incitación a la alta tracción. Por ahí, pocas bromas con las conspiraciones.
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